Yo soy el mundo

Fulgurante estallido
sin principio ni fin,
el total comprimido
en un punto sutil.

Soy en rededor cada substancia,
hoy con la luz de mil soles brillo,
yo soy el aquí, y la distancia,
llevo el universo en mi bolsillo.

Existo en un mundo sin tiempo
fluyendo en el eterno presente,
contigo yo soy parte de un cuento
tejido con mi vida y mi muerte.

Debo aprender a crear
la existencia cada segundo,
debo crecer, mejorar,
pues soy la esencia del mundo.



Aventando

Sopla el viento entre las hojas
despertando ligereza,
sopla en rachas tan hermosas,
que hasta el barro despereza.
Va formando remolinos,
transparente su pureza,
va aventando y en lo vivo
impregnando su belleza.





Fiat

Dejando que el mundo
dibuje el camino,
hoy suelto mi escudo
y ciego lo sigo.

Escucho lo mudo
que me habla al oído
y me abro sin muros
al Fiat Divino.

Deshago mis nudos,
viejos conocidos,
creando un futuro
que case conmigo.

El miedo es oscuro
y acecha escondido,
pero hoy ya no dudo,
mi senda ilumino.




Todo es vida

Canta sincera
la vida que espera
ser recibida
con franca alegría,
canta con brío
y aleja el frío,
tibias hogueras
sus notas que vuelan.
Refleja el mundo
su ser más profundo,
cuna amorosa
que acoge y desposa,
pues son uno solo
la vida y el todo.





Campos de amapola

Campos colmos de amapola
que recorro cada tarde,
sois rescoldo que al sol arde,
ave fénix que se inmola.

Cayó en la tierra dormida,
color que no tiene nombre,
esencia pura del hombre,
divina chispa de vida.

Vibrante luz escarlata
de la raíz al estambre,
preciada gota de sangre,
revive al tiempo que mata.






La mirada


- Te quiero. – dijo él, y en verdad lo sentía.
- No es cierto, – le respondió. Y una leve sonrisa asomaba a su boca. – no puedes quererme si aún no me conoces.
- Te conozco lo suficiente y sé que te quiero. – insistió tozudo.
- Tú no sabes lo que es amar.
- Entonces enséñamelo, estoy dispuesto a aprender.
- ¿De verdad lo estás?
Ella escrutó en sus ojos, sopesando la situación… y decidió intentarlo. Se levantó con lentitud, sin dejar de mirarle, se irguió frente a él sobre la arena, de espaldas al mar, y preguntó:
- ¿Serías capaz de mirarme en silencio durante una hora?
- ¡Una hora! – se extrañó él, pero en seguida rectificó -  … de acuerdo.
- A los ojos.
Él asintió y ella se dejó caer con fluidez, sentándose con las piernas cruzadas y la espalda recta, dejando sus dos rostros a la misma altura.

El reloj del malecón dio las 8. Ella sonrió y relajando sus hombros, comenzó a mirarle en silencio.




Él se sintió divertido al principio, el reloj acababa de sonar, tenía toda una hora para admirar la preciosidad de aquellos ojos. Aunque pensándolo bien, una hora es mucho tiempo, tal vez terminase aburriéndose con tanto tiempo… pero no importaba, estaba resuelto a aguantar lo que fuese necesario para demostrarle lo que sentía.

Comenzó por fijarse en los detalles, recorrió la forma redondeada que delimitaba sus ojos, admiró las finas pestañas, suaves y ligeras… se sintió un poco turbado por la intensidad con que ella le observaba, se preguntó qué estaría pensando, ¿le gustará lo que ve?, ¿qué sentirá cuando me mira? La vergüenza y la inseguridad le hicieron cerrarse un poco, sus manos buscaron solas el extremo de la toalla y lo empezaron a retorcer, se alegró de que ella no pudiese ver en su interior. Entonces ella torció el gesto. – ¿Lo habrá notado? – Se preguntó. Y decidió abandonar esa línea de pensamiento.




Volvió a los detalles, los seguros detalles, observó los surcos y dobleces de sus iris, la forma en que estos se plegaban al acercarse al centro y cómo cambiaban de color. Habría jurado que eran marrones, pero ahora descubría en ellos tonalidades insospechadas. El oscuro marrón de sus valles clareaba hasta brillar en las cúspides de esta circular acordeón, y al acercarse al extremo exterior, se tornaba de un amarillo parecido a la miel. Si te fijabas, podías ver cómo un halo dorado circundaba todo el iris.

Notó que ella le miraba con curiosidad y se perdió en el dorado de esos ojos inquisitivos, sintiendo que toda la belleza del atardecer se condensaba en esas pequeñas aureolas. Jamás había visto un color tan hermoso. Sintió que algo se hinchaba en su pecho, parecía poder aspirar todo el aire de la bahía en sus pulmones, se sentía liviano, casi etéreo, capaz de tocar con sus manos aquello que no tiene materia. La luz condensó a su alrededor formando pequeños puntitos áureos incandescentes que danzaban en todas direcciones, hasta que, poco a poco, su brillo fue disolviéndose en los dorados tonos del ocaso.

Volvió a la playa, a ella, a sus ojos, y pensó jubiloso que hasta entonces no había sabido lo que es la Belleza.




Ella parecía asentir, como si hubiese esperado esta reacción y ahora tan solo comprobase que todo sigue su camino. - ¿Sabría ella que la belleza habita en sus ojos? ¿Le habría hecho mirarlos por eso? -

Desechó estos pensamientos y respiró hondo. La calma regresó a su mirada y él volvió a centrarse en sus iris. Avanzó ahora hacia el centro, observando con deleite cómo el marrón viraba de nuevo, esta vez hacia el verde, un verde oscuro y profundo, como el mar que se extendía tras ella.

Se zambulló en ese mar, deseoso por conocer las fuerzas que se mueven en sus profundidades. Ella vio su aspiración y con una sonrisa, le abrió la puerta a su mundo interior. Entonces sintió sus miembros disolverse en las aguas de aquella bahía, saboreó la sal más allá de sus labios y escuchó el tintineo que la luz de la luna arrancaba a cada gota. Fue transparente y acogió en sí a todos los peces. Sintió compasión por cada forma de vida y, como una madre, las portó en su interior, se ofreció a ellas otorgándoles la existencia y en ese darse, se perdió.

Entonces algo le recordó que aún tenía un cuerpo, una mano le acariciaba bajando por su mejilla, y siguiendo el tacto suave de esa caricia regresó a la playa, a ella, a sus ojos. La emoción brotó en su mirada, y unas gotas del agua que había sido, se derramaron por su mejilla. Limpiando sus lágrimas supo que sólo ahora entendía lo que significa la Bondad.




Se asustó un poco, ¿cuánto tiempo había pasado?, ¿cuánto quedaba aún?, no era capaz de decirlo, el sol se había ocultado, pero sus últimos rayos aún bañaban la playa. Ella permanecía en silencio frente a él, sintió su propio desconcierto reflejado en sus ojos, y entonces ella sonrió transmitiéndole toda la calma del mundo, arropándole con una mirada que le hacía sentir como en casa. Él se dejó mecer y avanzó tranquilo, introduciéndose en el círculo interior de sus ojos. Sintió que la oscuridad le llamaba y, deseoso de alcanzar los secretos escondidos en su alma, se introdujo en la más profunda negrura.

Atravesó sus pupilas y en el fondo de su retina, descubrió reflejado el universo. La oscura inmensidad se fue plagando de estrellas, las vio surgir y caer iluminando cada una un retazo del cielo. Su mente se abrió y comprendió las leyes que todo lo rigen. El impacto le dejo sin aliento y por un instante eterno, contuvo en su interior la semilla de un universo.

Entonces las campanas del reloj dieron las nueve y él expiró, devolviendo al cosmos lo que siempre fue suyo. Siguiendo el metálico sonido, regresó de vuelta a la playa, a ella, a sus ojos, y comprendió sobrecogido que acababa de percibir, por vez primera, la Verdad.




Vio entonces que ella sonreía, sentada frente a él. Hacía rato que había anochecido, pero no tuvo dificultad alguna para observar su rostro porque un sol crecía entre ambos. Percibió su perfume marino, que todo lo impregnaba, escuchó el rítmico golpeo de su corazón, acarició sus manos, crujientes de arena. En su interior tuvo la certeza de que la conocía, y mostrándose sin máscaras, se reconoció en ella.

Sin apartar del otro su mirada, se pusieron en pie, se abrazaron en silencio y en ese abrazo abarcaron toda la playa. Se expandieron juntos, conteniendo el universo entre sus brazos. Con todo su ser sintió que la amaba, y ese amor incluía la existencia entera.

Entonces se volvieron a mirar y no les hizo falta hablar, ahora ambos sabían lo que es Amar.




Piedras

Pasó media vida moviendo piedras. Sus brazos y piernas crecieron, sus músculos llenaron hasta el último contorno de su piel. Entró tan profundo en su cuerpo que era capaz de sentir el lento latir de su enorme corazón, el continuo fluir de su sangre alcanzando todos los rincones, llenándolo de vida. Corría ágil cual gacela, nada lo frenaba, andaba con la fuerza de la tierra, y a su paso el suelo retumbaba.

Hasta que un día, levantó la mirada.

Vio entonces que además de brazos tenía alas. Y voló. Se alzó, despegándose de esta tierra tan suya, de estas piedras que lo conformaban. Se elevó más allá de las nubes, hasta las regiones donde la luz nunca muere, y allí vio su mundo del otro lado, descubrió arriba lo que abajo conocía. Acarició el aire hinchiendo sus pulmones, y al expulsarlo sintió que todo él salía de su cuerpo. Los rayos solares lo atravesaron y por un instante fue luz.

Entonces sus piedras le hicieron de contrapeso, le permitieron alternar entre fuera y dentro. La tierra que en él habitaba le mostró cómo orientarse en este espacio infinito. Y así, sabiéndose parte de dos mundos, pudo observar la realidad desde ambos lados, pudo continuar avanzando.




Sabiduría

No preciso aprender nada,
sólo abrirme a la mañana,
desplegar cada sentido,
percibir el mundo vivo.

Cuando aprenda a ser llenada
por aquello que yo miro,
habré entonces conseguido
conocer y ser pensada.


Radiar continuo

Radiando al cielo
un mundo entero,
en él me muevo
creando al vuelo.
Llenando el cero,
poniendo un suelo,
hoy miro y veo,
traspaso el velo.
No existe duelo
que herirme pueda,
soy siempre nuevo,
jamás quien era.


Doblegando al dragón

Dominando la voz
que en mi pecho grita
hoy doblego al dragón
que mi cuerpo habita.

Y es mi ser superior
quien ahora manda,
dirigiendo al amor
mi persona en calma.