Hace años la
sociedad se preguntaba si los hombres eran dueños de sí mismos o si por el
contrario, eran dominados por el mal, representado por el demonio. Se
preguntaban si nuestros actos estaban impulsados por el egoísmo, la codicia u
otras bajas pasiones, y se buscaba la manera de superar esos impulsos, de no
dejar que nuestra vida esté dominada por ellos, para así lograr ser un hombre
“bueno”, para ser dueño de uno mismo, para ser libre.
Hoy en día
en cambio, las fronteras que separan el bien del mal se han difuminado en gran
medida, han dejado de ser competencia de una autoridad exterior como la iglesia.
Ha pasado a ser cada individuo el que define su propia ética, el que dibuja el
mapa de sus valores y decide conforme a qué directrices quiere vivir.
Hemos dejado
de preguntarnos si el demonio nos domina, tenemos libertad para actuar como
creamos que debemos actuar. Y sin embargono hemos llegado a ser hombres libres, porque en lugar de coger nuestras
propias riendas y ponernos al mando de nuestra vida, hemos dejado que las cosas
ocupen ese lugar. Las posesiones, el dinero, la necesidad de trabajo, la
sociedad, las circunstancias que nos rodean… todas esas cosas que nosotros
mismos hemos creado, se nos han montado encima y dirigen nuestras vidas.
El hombre
moderno está dominado por el mundo que ha creado, y solo si se libra de esta
dominación, si aprende a ser él mismo más allá de las posesiones y
circunstancias que le rodean, podrá por fin llevar las riendas de su propia
vida y ser un hombre libre.
Es tanta la energía,
sin freno desatada,
que fluye sin cesar
entre tu alma y la mía
al vernos cara a cara...
Que podría cortar
el aire que respiras
con la punta afilada
de esa intensa mirada
que lanzas a escondidas
si te hago recordar
las noches compartidas,
de sábanas mojadas,
de besos de mañana,
y todos esos días
que sueñas con mi almohada.
Si preguntas
a un grupo de personas de qué cosas se arrepienten en su vida y les pides que piensen
a corto plazo, en las últimas semanas o meses, la mayoría de ellos te hablarán
de cosas que HAN HECHO.
Sin embargo,
si repites la misma pregunta pidiéndoles ahora que piensen a largo plazo, que
digan sinceramente de qué cosas se arrepienten en su vida, en los últimos
cinco, diez o cincuenta años... las repuestas cambian. Encontrarás que a largo
plazo las personas se arrepienten de las cosas que NO HICIERON.
Observando
esto hay una conclusión obvia.
Por mucho que
nos cueste tomar decisiones, hacer cosas nuevas, cambiar actitudes y
costumbres... por mucha pereza que nos de movernos, aprender y desarrollar
aptitudes desconocidas, por mucho miedo que nos de lo desconocido que viene
delante…
Si dentro de
nosotros nace una ilusión, un interés por algo, una curiosidad… debemos luchar
contra las telarañas que nos amarran a la rutina, nos adormecen y nos detienen,
debemos esforzarnos por experimentar eso que nos llama, por vivir esas
experiencias que despiertan algo en nuestro interior, que nos impulsan a avanzar
y nos hacen evolucionar. Debemos forjar nuestro propio camino llenándolo de
experiencias significativas.
Debemos
vivir nuestra vida, porque tan solo tenemos una, y por mucho que nos cueste
hacer aquello que queremos, cuando al final de nuestro camino miremos hacia
atrás, no nos arrepentiremos de aquellas pequeñas cosas que hicimos, de
aquellas pequeñas o grandes equivocaciones que cometimos…. sino que serán las
cosas que nunca hicimos las que nos pesen en el alma.
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