Mis pies descalzos
pisan la hierba fresca,
alzo los brazos,
mis manos bien abiertas.
Giro sin sentido,
elevando el vuelo del vestido,
siento gotas resbalando,
sobre mi cara mojada,
me van empapando,
y sonrío.
Una carcajada
sale disparada
de mi ombligo
y no puedo evitar
gritar:
¡Estoy vivo!