Esta súbita intimidad y acercamiento nos hacen sentir muy unidos y decimos que estamos enamorados. Sin embargo, esta euforia inicial se pasa cuando ya hemos conocido a la otra persona, cuando ya hemos derribado todas las barreras físicas superficiales.
Nos podemos sentir entonces decepcionados, hastiados, y si la atracción inicial estaba impulsada únicamente por un deseo sexual, los dos desconocidos, seguirán estando tan separados como lo estaban antes de conocerse. Pensamos entonces que el amor se ha acabado, pero en realidad lo que ocurre es que nunca ha habido amor.
Para que esto no ocurra, esa atracción que nos une debe estar impulsada por un amor fraternal, de igual a igual, hacia la otra persona, y no por un deseo puramente sexual de unión física. Siendo así, el deseo sexual vendrá como una consecuencia del amor y estará lleno de ternura y carente de avidez. No se trata de conquistar ni dejar que nos conquisten, sino de compartir.
Si lo logramos, esto nos llevará a un conocimiento más profundo de la otra persona y de uno mismo a través del amor, nos hará crecer y evolucionar de forma que jamás dejemos de experimentar y conocer la infinitud de la otra persona y de nosotros mismos. El verdadero amor no se agota nunca, porque nunca se está quieto, nos transforma e impulsa constantemente.