Cada vez que observo la ciudad
encaramada
al alero de un tejado,
se
me inflaman las ganas de volar,
de
elevarme más allá del mundo dado.
Me
zambullo sin red
en
las brumas de un ensueño imaginado,
y
en lugar de caer,
los
vientos disuelven mis costados,
me
deslizo siendo aire
sobre
inclinadas buhardillas,
y
al final de cada calle
me
esperan las cosquillas
de
las copas de los árboles
que
bailan como niñas.
Alegría
de mis soles,
que
iluminan mis tardes de chiquilla.
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