Tengo sed de estrellas,
sed de amaneceres,
sed de lunas llenas,
sed de días sin sueño,
noches bajo el cielo.
Tengo sed de viento
calando mi cuerpo,
aire que me empapa,
me rodea,
hasta que me llena,
hasta que chorrea
y por cada poro
escurro silencio
en forma de llanto.
Porque estoy condenado a vivir
bajo este ardiente blanco
que cura mis heridas
quitándome la vida.
Bajo un cielo sin estrellas,
bajo esta luz eterna,
donde la oscuridad
que ciega y muerde
ya no llega,
ya no lucha y se revuelve.
¡No!
Yo no quiero cantar
con la voz de los tiempos,
yo no quiero besar,
ni volar tan lento.
No estoy sedienta de un mar,
sino de un ciento.
No te quiero alcanzar.
Tan sólo soñar
en la distancia.
Tan sólo gritar
liberando un huracán
en mi garganta
y escuchar mi propio eco
desgarrando un alma,
mi alma,
sin darme tiempo a escapar,
sin poder parar,
blandiendo plumas contra el viento
tras el rastro inalcanzable
de un amor sediento.
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