Con todo mi cuerpo y alma
lloré por desear la vida
cuando apenas sí llevaba
dos segundos
en el mundo.
Bajo un tejado de tela
lloré minutos y horas
por un amigo perdido
que levantaba castillos
hechos de sueños y arena.
Lloré por un pajarito
que, muerto de hambre y frío
enterramos en el patio
siendo niños.
Lloré de pena y amor
al ver un viejo peluche
bajo una capa de olvido
en el fondo de un cajón.
Lloré por la débil flor
que pisó mi enorme bota
y que ya nunca jamás
verá la luz del Sol.
Y lloré al dejar mi casa
mis recuerdos y mis miedos
para vivir aun más cerca
del viento.
Al crecer.
Lloré por todos los hombres
que, sin ser ciegos, no ven,
no ven llegar a la vida,
tan sólo la ven pasar.
Lloré tendida en mi cama
durante meses y años
cada noche
por la libertad perdida,
el comienzo de la vida,
la habilidad de hacer reír,
la imaginación censurada,
una canción no cantada
y por la sabiduría
que aún es desconocida.
Lloré por un gran amor
que cambió toda mi vida.
Por el que lloraré siempre.
También lloré de alegría
por la infinita belleza
al ver un amanecer
en lo alto de un castillo.
Y lloré viendo Tarzán
cuando una madre perdió
a su hijito gorila.
Lloré en silencio por dentro
leyendo un e-mail escrito
por alguien que estaba triste.
Y lloraré por tantas razones
que ahora no sabría explicar:
Por un perro muerto
por un niño herido
por un vagabundo feliz
por un poco de amor
por un anochecer
por una paloma blanca
por un sueño imposible
por ti.
No hay comentarios:
Publicar un comentario