Cuando era pequeña, cerraba los ojos pensando en mi hogar y veía la casa donde crecí, la casa de mis padres, la habitación que compartía con mi hermano, mis juguetes y el nido del balcón. Cambiamos de casa y me sentí desarraigada, tenía mucha más luz y una habitación para mí sola, pero me costó un tiempo sentir que ese era mi nuevo hogar.
Después me fui. Habitaciones y pisos compartidos. Volvía a casa las fiestas y ,como siempre en vacaciones, mi casa estaba llena de familia… solo que ahora yo también era uno de los que venían por vacaciones. Volvía a compartir habitación con mi hermano porque en la mía estaban mis tíos, mis primos, o mis abuelos… Aún así, al principio ese seguía siendo mi hogar.
Pero un día volví a mi piso después de un verano, después de dos meses durmiendo junto a mi hermano y guardando mi ropa entre el salón y el armario del pasillo… y al deshacer la maleta cada cosa tenía su sitio. La ropa, el portátil, los libros… deshice la bolsa en un pis pas y entonces me di cuenta: mi hogar ya no estaba en un lugar, en casa de mis padres, sino allá donde yo llevase mis cosas, donde tuviese mi sitio. En cada uno de mis pisos compartidos.
Y así he seguido hasta hoy, llevando mi hogar de lugar en lugar, valiéndome sola, teniendo cuanto pueda necesitar. Mis libros, mis fotos… cuántas cosas dan forma a mi hogar!
Pero de repente, sin avisar, algo ha vuelto a cambiar. Unos días a tu lado, viviendo el día a día, compartiendo todo sin pensarlo, y al volver a mi casa, me falta algo. Hago mis tareas cotidianas, me toca currar mañana, y pienso… que me gustaría levantarme a tu lado. Mi hogar ha cambiado. No está en un lugar, ni en todas las cosas que pueda acarrear, está en las personas, en aquellos a quien decido amar. Por eso te digo, sin dudar: desde hoy y hasta la eternidad, vayas donde vayas, en ti estará mi hogar.