que en la quinta estación,
tan pronto brilla el sol
que soplan vendavales,
o tañe con tesón
la lluvia en los cristales.
Y así es que nos alzamos
los jóvenes mortales,
siendo zarandeados
por fuerzas naturales,
ajenos a los hados
que unen los retales.
Y no nos explicamos
los cambios que sentimos,
tan ciegos no alcanzamos
atisbar los motivos
que guían de la mano
aquello que vivimos.
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