Infancia y adolescencia:
En el jardín de la vida
todos pasan tres etapas.
Para que pueda desarrollar
un día todo su potencial,
debemos primero desbrozar,
airear la tierra y preparar
el terreno a sembrar.
Duele y es trabajoso
abrir surcos y quitar despojos,
pero es necesario para arar
no tener un pedregal.
Juventud y edad adulta:
Llegado el momento hay que sembrar,
es importante elegir
qué semillas cultivar
y no escatimar
el tiempo y esfuerzo a invertir
si queremos verlas germinar.
A veces nos agotan,
pero debemos cuidar
los tallos que brotan
¡y no olvidarnos de regar!
Madurez y vejez:
Cuando todo haya crecido,
debemos recolectar,
recoger lo merecido
por el esfuerzo invertido
y disfrutar
del fruto obtenido.
Podemos entonces descansar,
sentirnos satisfechos
por un trabajo bien hecho.
Nuestro jardín ha florecido,
su vida ha sido de provecho.
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