Buscame allá donde nunca he ido

Búscame en las calles, donde sopla con fuerza el viento, donde no pueda escuchar mis propias dudas cuando me miento, donde el ruido de la gente que empuja y gritando me roza, me impida pensar y me haga capaz de creerme cualquier cosa.

Búscame en las ciudades, sin tiempo, viviendo inmersa en un cuento que mientras ando me invento y no tiene argumento, tan solo el que yo le doy desde dentro.

Búscame en este cuento sin principio ni final, porque en él me sumerjo para poder olvidar. Y me dejo llevar por la gente que viene y que va, tan solo por no parar. Porque si me detengo y miro dentro de mí mismo, se abre el abismo y caigo sin remedio, ya no me encuentro.

Por eso búscame en el bullicio, donde no quede resquicio. Búscame en la luna, donde no haya luz alguna, porque el sol brilla demasiado y derrumba una a una las defensas que he inventado, dejándome desnuda.

Búscame en la tormenta, entre truenos retumbando, donde pueda gritar tanto que se rompan mis oídos sin que nadie esté escuchando, y quedar así vacío.

Buscame allá donde nunca he ido.

Nulla aesthetica sine ethica



Supongo que me había equivocado

Pretendía envejecer a tu lado,
crecer los dos de la mano
y ser mejores que por separado.
Pensé que también sentías lo mismo,
pero me has abandonado
al comienzo del camino.
Supongo… que me había equivocado.

Si no tengo amor no soy nada

Te extraño en cada fibra de mi ser,
tu ausencia borra el mundo sin piedad,
juntos fuimos perfectos y aún no sé
por qué esto no se puede superar.

Jamás encontré un alma tan afín,
jamás confié como lo hice en ti,
prometí que nada te iba a ocultar,
creí que todo se arregla al hablar.

Pero tu silencio me hizo callar
y aún no sé cómo se te olvidó
que el amor no lleva cuentas del mal,
que está en la alegría y en el pesar,
que juntos somos mucho más que dos,
que el amor todo lo puede curar.

Dolor

Cuando intentas sonreír y tus labios no aciertan.
Cuando sientes escocer en tus ojos las lágrimas que acechan,
y te cuesta un mundo no dejarlas escapar.
Cuando la voz te tiembla y no puedes ni hablar.
Cuando el mundo te parece estrecho.
Cuando sientes una insoportable presión en el pecho
y no sabes si es que de tantas cosas que guardas dentro
tu alma va a estallar…
o si por el contrario es el vacío que sientes
el que te impide respirar.
Cuando te auto convences y te mientes
para poder caminar.
Cuando te da miedo asomarte al abismo de tus pensamientos
porque sabes de antemano lo que vas a hallar.
Cuando crece en tu interior un alarido
imposible de acallar.
Cuando estas herido
y lo intentas ocultar.
Cuando sientes detenerse el corazón
y lo encierras bajo un caparazón
para que nadie lo pueda tocar.
Cuando tus lágrimas hayan secado el mar.
Cuando hayas perdido por completo la razón,
entonces sabrás qué es el dolor.


Mortalidad

La mortalidad es la maldición y la bendición de ser humanos.

Sabemos que nuestra vida tiene fecha de caducidad, y deseamos que no sea así, sin embargo, es precisamente esta consciencia del vacío que se acerca inexorablemente lo que da sentido a nuestra existencia como individuos y convierte la vida en un bien tan preciado.

El miedo a la muerte nos impulsa a aprovechar la vida, a esforzarnos por conocer, experimentar, sentir, ir más allá… nos hace disfrutar del tiempo que tenemos con una intensidad mayor, puesto que sabemos que es finito.

Un inmortal no entendería la pasión, sentimiento y empeño que ponemos en cada uno de nuestros actos, puesto que tendría toda la eternidad para sentir y experimentar aquello para lo que nosotros solo disponemos de unos instantes.

Tal vez podría considerarse la inmortalidad como un don, la posibilidad de vivir infinitud de experiencias, de sentir incontables pasiones… tal vez. Pero sin duda, el carecer de ese horizonte nebuloso, de ese final imposible de eludir, sería también una maldición puesto que la vida perdería gran parte de su intensidad y belleza.


Romper con la rutina

Las rutinas son hábitos adquiridos a través de la repetición. Nuestra vida está llena de ellas, algunas son buenas y enriquecedoras, mientras que otras son vicios que nos estancan e impiden avanzar hacia la felicidad. Los vicios no son solamente adicciones (como puede ser el tabaco), también pueden ser formas de actuar negativas, rutinas de pensamiento pesimista que repetimos sin darnos cuenta y terminan por formar parte de nosotros mismos.

Para poder avanzar debemos ser conscientes de nuestras rutinas, de las cosas que no nos aportan nada y sin embargo seguimos repitiendo día tras día, apegándonos a ellas por resultarnos conocidas, tranquilizadoras.

Una vez conozcamos nuestras rutinas, debemos pararnos a pensar en ellas y separar aquellas que sí nos enriquecen, nos hacen crecer, nos acercan a la felicidad y nos ayudan a lograr nuestros objetivos, de aquellas que nos estancan, nos frenan en nuestro camino, nos constriñen o incluso nos hacen retroceder y sentir mal.

Finalmente, debemos deshacernos de las rutinas indeseables y esforzarnos por adquirir nuevas rutinas positivas, nuevas formas de pensar y actuar, que en un principio pueden resultarnos trabajosas, pero que poco a poco empezarán a formar parte de nosotros, a salirnos solas, a ser verdaderas rutinas, y nos permitirán avanzar hacia la consecución de nuestros objetivos y hacia la felicidad.

Qué es la felicidad

La mía a menudo se compone de una gran taza de café humeante, un poco de chocolate, una manta, un sofá cómodo, un buen libro y mucho silencio.

En ocasiones sin embargo, se esconde bajo una capa de barro, volando en mi respiración entrecortada, se disfraza con el rostro agotado de un compañero donde veo reflejado mi propio agotamiento y la encuentro pinchándome en cada músculo por el esfuerzo realizado. En esos momentos, la felicidad tiene forma ovalada y huele a hierba recién cortada.

Otras veces la encuentro enroscada alrededor de cuatro piernas enlazadas, descansando tranquila sobre mi almohada, entre rizos desordenada, disfrutando el momento, respirando al son de un pecho que sube… y baja… y sube… a ritmo lento.

Puede estar hecha de aire o de fuego, puede ser brisa que purifica o llama que abrasa. Lo importante es reconocerla cuando viene y permitir que te cale hasta los huesos, porque está en los pequeños momentos y no en los grandes acontecimientos.