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Los colores de la creación


Durante eones dormitó en la oscuridad de lo eterno, flotando en el vacío indiferenciado. Durante eones fue aprendiendo a Ser, escuchando tan solo su silencio interno.

Sintió nacer en sí el impulso creador, lo vio revolotear en sus entrañas empujándolo hacia algo. Lo incubó con cuidado hasta que este fue tan grande que no pudo retenerlo más. Pronunció entonces la primera palabra y dijo “Hágase la luz”.

Un resplandor comenzó a llenar el espacio inconmensurable. En perfecta simetría, su pureza irradió en todas direcciones despejando las densas sombras que poblaban los rincones del universo. Giró, giró, y volvió a girar…. bañándolo todo con su blanca claridad. Fue Sol y se dio por completo en su radiar.

Percibió cómo lo indiferenciado comenzaba a diferenciarse, su luz se fue densificando y trazas amarillas comenzaron a teñir la blancura de su ser cósmico. Abandonando la simetría, donó sus áureos rayos a la tierra recién aparecida, su Yo encontró en ella un punto de anclaje y feliz por su nueva obra, irradió veloz al infinito. Fue el alado mensajero de la luz, alcanzando los más lejanos vacíos.

Calmó poco a poco su euforia, aprendiendo a escuchar cuanto le rodeaba. Inclinado hacia el cosmos, abrió un espacio para la vida, que bajo sus pies crecía. Palpó en amorosa entrega el verde extenso de las praderas sin frontera, y fue madre de los seres que en ellas se esparcían.

Se observó entonces a sí mismo como centro del todo y descubrió en su interior una fuerza capaz de soportar el universo. Vio subir el rojo de su voluntad desde las profundidades de sus abismos hasta las más elevadas alturas. Sintió el poder que habitaba en su interior, fogoso y marcial a una, doblegándose para proteger el mundo.

Se elevó por encima de sus límites hasta verse desde fuera, aplacó su ímpetu y un plácido resplandor naranja llenó su alma con la paz del que nada espera. Abarcó la totalidad con su sabia mirada y reconociéndose responsable de la existencia, quiso comprender sus confines.

Llegó a los límites del tiempo que él mismo había creado, y observó cómo el níveo azul de la bóveda celeste se había ido densificando con el trascurrir de las eras. Infinitas edades habían pasado desde que el espacio naciera como receptáculo inicial del todo, su primigenio calor se había ya enfriado, y un denso azul marino daba hoy fe de la profunda  oscuridad que un día fue iluminada.

Desde la más lejana esfera volvió a interiorizarse en su punto central, se sumergió en el océano violeta del dejar hacer, que impregnó sus recodos hundiéndole en la pesantez. Se entregó por completo, perdiendo su propio movimiento, feliz de reflejar la luz de otros. Y fue este último y voluntario sacrificio el que permitió a su creación replicarse, observarse a sí misma en su espejo y ser una con su creador, descubriendo en su interior el sendero de vuelta a lo eterno.



Soy


En los huecos de mi alma vive el tiempo acurrucado, que dormita palpitando si cansado me recojo,  deteniendo los siglos en calmo reposo. Al albor de la mañana me despierto y miro, el silencioso vacío que siempre me acompaña…. y lo empujo, que salga. Él se extiende y despereza, desenrosca sus hilos, que son los míos, y la vida lentamente comienza.

Arde mi ser, todo es llama, luz y calor que mi pecho inflama. Me divido en mil rescoldos, en su interior me escondo, me condenso y estallo en violento soplo, vivo en los vientos que dan forma hasta que todo mi ser se enfría, bulle y se transforma.

Fluyo a mi través llenando el mundo, soy la cresta de la ola que cabalgo sin frontera, por las aguas eternas, que en su vaivén me llevan. En mi húmedo seno se mece, la chispa que crea y crece. Impregno de mis aguas las secas vastedades que forjan y endurecen mis partes materiales.

Me vuelvo roca y guijarro, el pasar de las eras me admira estático, petrificado, mientras siento los áureos metales que destilan con su fuerza, la luz de mis cristales. La noche me encuentra inmerso en flores de eterna transparencia, permitiendo que atraviese mi esencia el quedo canto del universo. Abriendo sin resistencia un hueco donde repose el tiempo.





La mirada


- Te quiero. – dijo él, y en verdad lo sentía.
- No es cierto, – le respondió. Y una leve sonrisa asomaba a su boca. – no puedes quererme si aún no me conoces.
- Te conozco lo suficiente y sé que te quiero. – insistió tozudo.
- Tú no sabes lo que es amar.
- Entonces enséñamelo, estoy dispuesto a aprender.
- ¿De verdad lo estás?
Ella escrutó en sus ojos, sopesando la situación… y decidió intentarlo. Se levantó con lentitud, sin dejar de mirarle, se irguió frente a él sobre la arena, de espaldas al mar, y preguntó:
- ¿Serías capaz de mirarme en silencio durante una hora?
- ¡Una hora! – se extrañó él, pero en seguida rectificó -  … de acuerdo.
- A los ojos.
Él asintió y ella se dejó caer con fluidez, sentándose con las piernas cruzadas y la espalda recta, dejando sus dos rostros a la misma altura.

El reloj del malecón dio las 8. Ella sonrió y relajando sus hombros, comenzó a mirarle en silencio.




Él se sintió divertido al principio, el reloj acababa de sonar, tenía toda una hora para admirar la preciosidad de aquellos ojos. Aunque pensándolo bien, una hora es mucho tiempo, tal vez terminase aburriéndose con tanto tiempo… pero no importaba, estaba resuelto a aguantar lo que fuese necesario para demostrarle lo que sentía.

Comenzó por fijarse en los detalles, recorrió la forma redondeada que delimitaba sus ojos, admiró las finas pestañas, suaves y ligeras… se sintió un poco turbado por la intensidad con que ella le observaba, se preguntó qué estaría pensando, ¿le gustará lo que ve?, ¿qué sentirá cuando me mira? La vergüenza y la inseguridad le hicieron cerrarse un poco, sus manos buscaron solas el extremo de la toalla y lo empezaron a retorcer, se alegró de que ella no pudiese ver en su interior. Entonces ella torció el gesto. – ¿Lo habrá notado? – Se preguntó. Y decidió abandonar esa línea de pensamiento.




Volvió a los detalles, los seguros detalles, observó los surcos y dobleces de sus iris, la forma en que estos se plegaban al acercarse al centro y cómo cambiaban de color. Habría jurado que eran marrones, pero ahora descubría en ellos tonalidades insospechadas. El oscuro marrón de sus valles clareaba hasta brillar en las cúspides de esta circular acordeón, y al acercarse al extremo exterior, se tornaba de un amarillo parecido a la miel. Si te fijabas, podías ver cómo un halo dorado circundaba todo el iris.

Notó que ella le miraba con curiosidad y se perdió en el dorado de esos ojos inquisitivos, sintiendo que toda la belleza del atardecer se condensaba en esas pequeñas aureolas. Jamás había visto un color tan hermoso. Sintió que algo se hinchaba en su pecho, parecía poder aspirar todo el aire de la bahía en sus pulmones, se sentía liviano, casi etéreo, capaz de tocar con sus manos aquello que no tiene materia. La luz condensó a su alrededor formando pequeños puntitos áureos incandescentes que danzaban en todas direcciones, hasta que, poco a poco, su brillo fue disolviéndose en los dorados tonos del ocaso.

Volvió a la playa, a ella, a sus ojos, y pensó jubiloso que hasta entonces no había sabido lo que es la Belleza.




Ella parecía asentir, como si hubiese esperado esta reacción y ahora tan solo comprobase que todo sigue su camino. - ¿Sabría ella que la belleza habita en sus ojos? ¿Le habría hecho mirarlos por eso? -

Desechó estos pensamientos y respiró hondo. La calma regresó a su mirada y él volvió a centrarse en sus iris. Avanzó ahora hacia el centro, observando con deleite cómo el marrón viraba de nuevo, esta vez hacia el verde, un verde oscuro y profundo, como el mar que se extendía tras ella.

Se zambulló en ese mar, deseoso por conocer las fuerzas que se mueven en sus profundidades. Ella vio su aspiración y con una sonrisa, le abrió la puerta a su mundo interior. Entonces sintió sus miembros disolverse en las aguas de aquella bahía, saboreó la sal más allá de sus labios y escuchó el tintineo que la luz de la luna arrancaba a cada gota. Fue transparente y acogió en sí a todos los peces. Sintió compasión por cada forma de vida y, como una madre, las portó en su interior, se ofreció a ellas otorgándoles la existencia y en ese darse, se perdió.

Entonces algo le recordó que aún tenía un cuerpo, una mano le acariciaba bajando por su mejilla, y siguiendo el tacto suave de esa caricia regresó a la playa, a ella, a sus ojos. La emoción brotó en su mirada, y unas gotas del agua que había sido, se derramaron por su mejilla. Limpiando sus lágrimas supo que sólo ahora entendía lo que significa la Bondad.




Se asustó un poco, ¿cuánto tiempo había pasado?, ¿cuánto quedaba aún?, no era capaz de decirlo, el sol se había ocultado, pero sus últimos rayos aún bañaban la playa. Ella permanecía en silencio frente a él, sintió su propio desconcierto reflejado en sus ojos, y entonces ella sonrió transmitiéndole toda la calma del mundo, arropándole con una mirada que le hacía sentir como en casa. Él se dejó mecer y avanzó tranquilo, introduciéndose en el círculo interior de sus ojos. Sintió que la oscuridad le llamaba y, deseoso de alcanzar los secretos escondidos en su alma, se introdujo en la más profunda negrura.

Atravesó sus pupilas y en el fondo de su retina, descubrió reflejado el universo. La oscura inmensidad se fue plagando de estrellas, las vio surgir y caer iluminando cada una un retazo del cielo. Su mente se abrió y comprendió las leyes que todo lo rigen. El impacto le dejo sin aliento y por un instante eterno, contuvo en su interior la semilla de un universo.

Entonces las campanas del reloj dieron las nueve y él expiró, devolviendo al cosmos lo que siempre fue suyo. Siguiendo el metálico sonido, regresó de vuelta a la playa, a ella, a sus ojos, y comprendió sobrecogido que acababa de percibir, por vez primera, la Verdad.




Vio entonces que ella sonreía, sentada frente a él. Hacía rato que había anochecido, pero no tuvo dificultad alguna para observar su rostro porque un sol crecía entre ambos. Percibió su perfume marino, que todo lo impregnaba, escuchó el rítmico golpeo de su corazón, acarició sus manos, crujientes de arena. En su interior tuvo la certeza de que la conocía, y mostrándose sin máscaras, se reconoció en ella.

Sin apartar del otro su mirada, se pusieron en pie, se abrazaron en silencio y en ese abrazo abarcaron toda la playa. Se expandieron juntos, conteniendo el universo entre sus brazos. Con todo su ser sintió que la amaba, y ese amor incluía la existencia entera.

Entonces se volvieron a mirar y no les hizo falta hablar, ahora ambos sabían lo que es Amar.




Piedras

Pasó media vida moviendo piedras. Sus brazos y piernas crecieron, sus músculos llenaron hasta el último contorno de su piel. Entró tan profundo en su cuerpo que era capaz de sentir el lento latir de su enorme corazón, el continuo fluir de su sangre alcanzando todos los rincones, llenándolo de vida. Corría ágil cual gacela, nada lo frenaba, andaba con la fuerza de la tierra, y a su paso el suelo retumbaba.

Hasta que un día, levantó la mirada.

Vio entonces que además de brazos tenía alas. Y voló. Se alzó, despegándose de esta tierra tan suya, de estas piedras que lo conformaban. Se elevó más allá de las nubes, hasta las regiones donde la luz nunca muere, y allí vio su mundo del otro lado, descubrió arriba lo que abajo conocía. Acarició el aire hinchiendo sus pulmones, y al expulsarlo sintió que todo él salía de su cuerpo. Los rayos solares lo atravesaron y por un instante fue luz.

Entonces sus piedras le hicieron de contrapeso, le permitieron alternar entre fuera y dentro. La tierra que en él habitaba le mostró cómo orientarse en este espacio infinito. Y así, sabiéndose parte de dos mundos, pudo observar la realidad desde ambos lados, pudo continuar avanzando.




El ciclo del bosque

Un soplo de brisa entró por la ventana abierta anunciando el final de las densas tardes de estío, noches de grillos. Barrió la pesantez, que plácida descansaba bajo las sillas del comedor, y subió las escaleras  refrescando cada rincón, antes de salir ondeando entre las blancas sábanas que hacía tiempo soltaron sus últimas gotas de humedad.



El joven dejó sus juegos de chiquillo, entre tirachinas y saltamontes, para seguir el camino de las ocres hojas que, pudorosas, se lanzaban a cubrir la desnudez del suelo creando un espacio protector, donde el barro reseco pudiese lamer sus grietas. Impulsado por sus tonos rojizos y el incipiente olor de la vida, el muchacho avanzó, vuelta tras vuelta, internándose cada vez más en el bosque. El sol perdía ya su brillo cuando tomó asiento a los pies de un viejo castaño.

Allí observó los frutos hundirse en fértil tierra y en ella deshacerse dando todo de sí, sin egoísmos ni rencores. Inmóvil vio a las hojas sacrificar su verde lozanía para nutrir el suelo con su descomposición. Escuchó la vida crujir internándose en sí misma, vio caer las cúspides más frondosas del caos y elevarse las diamantinas estrellas.

Pasaron horas, noches, días, creció su cabello y sus ropas perdieron el color. Vinieron parientes y amigos a preguntar el por qué de su retiro. Razonaban, pedían, suplicaban, tratando de devolverle la cordura, intentando llevarlo de nuevo al hogar, pero ¿cómo encerrar en cuatro paredes a quien vive en todo un universo?



Llegaron los fríos, las nieves cubrieron sus hombros y cabellos. Sobre su piel sentía la desnudez de los árboles que, azotados al viento, silban alzando sus ramas y exclamaba con ellos en silencio, suplicando clemencia a los elementos. Las lluvias empaparon su rostro y su mirada se dirigió hacia dentro, a la oculta semilla que aún duerme, hacia el sueño latente de lo vivo y lo verde. Y en el centro, donde nadie llega, contempló la noche más bella. Vio nacer las estrellas, vio vacías constelaciones extenderse y morir en cúmulos de galaxias olvidadas. Observó entonces el firmamento, sintiendo el fluir continuo del tiempo que, lento y constante, avanza transformando todo a su paso. Vivió la eternidad contenida en cada momento, tocó el infinito entre sus hombros, lo vio extenderse y con él creció.



En la noche más larga una mujer vino a suplicar nuevamente su regreso, pero él se encontraba a eones de aquel lugar y su voz suplicante no pudo alcanzarlo. En una lágrima cristalina, ella derramó su última gota de esperanza antes de volver a sus quehaceres humanos. Y esa cálida lágrima cayó en su regazo, resbalando despacio, caló la fría tierra cediéndole su calor. Y fue entonces que allí en su centro, él vio brotar la chispa que alimenta la vida.

Arremolinándose entre las galaxias, se plegó sobre sí dejando fuera el universo, renunciando a la eternidad de la existencia infinita. Volvió al bosque, a su cuerpo, al castaño. Saboreó la calidez derritiendo las nieves en sus cabellos, una borboteante humedad invadió su cuerpo y el bosque, llenando cada rincón con una fuerza renovada que, desde su interior, lo empujaba a elevarse. Los animales despertaron, las plantas buscaban la luz solar, entregándose al mundo. Sintió abrirse su corazón y expandiéndose nuevamente tocó con su alma cada ser humano que existió o existirá. En la punta de sus dedos notó el inconfundible cosquilleo de la vida que crece y se expande, y con ella creció, abarcando en su pecho toda la existencia, hasta comprender que el amor irradia de un centro, pero no conoce límites, hasta ser luz, que todo lo envuelve e impulsa.



Y al volver a su centro, el fresco olor a vida de la verde tierra, le impulsó a moverse, le hizo ser. Y vuelta tras vuelta, le fue guiando hasta salir del bosque. La alegre brisa de primavera impregnó sus pulmones y se introdujo en las rendijas de sus ropas, enredando sus cabellos revoltosos, llenando de sonrisas su alma, henchida de eternidad, y le condujo volando de vuelta a su hogar.

La tierra de su niñez lo acogió paciente y franca, y él volvió ser un chiquillo, aunque nunca más lo fue. Volvió a cuidar grillos entre sus manos, volvió a escuchar el sol en las tardes de estío, volvió a sus hogueras nocturnas, volvió a reflejar el firmamento en sus ojos, volvió a ser uno sabiéndose todo.


Y tú quién eres

En la caja de Lego había cinco muñecos Lego, todos iguales, con su cara amarilla, sus manos en forma de “u”, su sonrisa dibujada y ese saliente amarillo en la coronilla. A ellos mismos les costaba distinguirse de sus otros cuatro compañeros, pero nunca les había importado demasiado. Todos tenían pantalones azules y camiseta blanca de manga larga, lo compartían todo, y los niños jugaban indistintamente con uno u otro.
 
Pero un día llegó al cuarto de juguetes un muñeco Lego extraño. Su cara tenía unas gafas dibujadas y en lugar del saliente amarillo, llevaba un casco rojo de moto. Su ropa también era diferente: ¡iba todo vestido de rojo!
 
Los demás muñecos Lego se quedaron mirando al nuevo con envidia.
- “Él sabe quién es porque es diferente.” se decían unos a otros.
- “Pero nosotros… ¡nosotros somos todos iguales! ¿Cómo podemos saber quién es cada uno?”
A uno de ellos le había tocado ese día hacer de socorrista y llevaba todavía puesto un salvavidas amarillo, así es que dijo muy contento:
- “Yo soy el que lleva el salvavidas amarillo” y se quedó tan tranquilo.
 
Pero los demás estaban preocupados. Discutieron un buen rato y finalmente llegaron a la conclusión de que cada uno tenía que tener algo que fuese suyo y solamente suyo, para así poder distinguirse de los demás y saber quién era cada uno. Así es que cuando les metieron de nuevo en la caja, cada uno de ellos fue a buscar algo que le hiciese especial.
 


Esa noche el muñeco de rojo se acercó a saludarles, quería conocer a sus nuevos compañeros así es que fue a presentarse.
- “Hola, soy nuevo aquí. Mi anterior dueño me perdió en el parque, y ahora me han encontrado y me han traído con vosotros… ¿quiénes sois?”

Los cinco muñecos se miraron entre sí y pensaron “Menos mal que ahora sabemos quiénes somos. Podemos responder perfectamente a su pregunta”. El del salvavidas amarillo, muy ufano, se adelantó y le dijo:
- “Hola, yo soy el del salvavidas amarillo.”
Otro muñeco, que había encontrado un gorro de cocinero se apresuró a saludar también al nuevo:
- “Yo tengo un gorro de cocinero” dijo, y se lo mostró orgulloso.
- “¡Y yo tengo un pelo largo y con coleta!” dijo el tercero.
El cuarto, con las prisas, solo había encontrado una copa de plástico, así que un poco avergonzado se la enseñó.
- “Yo solo tengo una copa.”
Todos miraron al quinto que sonriendo se subió al coche que había aparcado detrás y les dijo
- “¡Pues yo tengo un coche enorme!”
Los otros cuatro se sintieron un poco dolidos, sobretodo el de la copa. Se suponía que el coche era de todos y lo usaban para ir a todos lados, ¡no valía apropiárselo así! Pero no querían que el nuevo se diese cuenta de que acababan de descubrir quienes eran, así que no dijeron nada.

El muñeco nuevo se quedó pensativo.
- “Entonces… a ver si me aclaro” les dijo, y se acercó al del salvavidas. “Tú eres socorrista.”
- “No, no soy socorrista, ni siquiera sé nadar, tan solo tengo un salvavidas amarillo”
El nuevo se quedó extrañado, pero siguió adelante.
- “Tu sí que eres cocinero, ¿no?” le dijo al del gorro.
- “Pues… tampoco. No sé cocinar, ¡pero el gorro es muy chulo!”
- “Ah…” dijo el nuevo mientras pensaba que estos muñecos eran un poco raros. Se acercó entonces al del pelo largo con coleta.
- “Vale, contigo seguro que acierto, tu eres chica, porque ese es el pelo que llevan los muñecos Lego chicas.”
- ¿Qué? ¡No, no, no! Yo no soy chica, pero ¿a que queda mejor el pelo largo que el saliente amarillo que tienen los demás?”
- “Esto… sí, sí, es cierto, queda mejor.” Le dijo el nuevo, que cada vez estaba más sorprendido.

El siguiente era el de la copa.
- “¿Tú eres enólogo? ¿o tú también llevas la copa solo porque te gusta beber?”
El otro miró a su copa sin saber muy bien qué responder, se lo pensó un poco y frunciendo el ceño dijo:
- “Pues no. Ni siquiera me gusta beber, pero esta copa es mía, ¡y solo mía! ¿entendido?”
- “Sí, sí, claro, no te preocupes, no te la pienso quitar.” dijo un poco asustado, y se alejó enseguida del de la copa.

Ya solo quedaba el del coche, que estaba montado orgulloso en el asiento del conductor.
-“Bueno, tú pareces de los míos” le dijo el nuevo señalándose el casco de moto. “¿Eres conductor? A que es una pasada ir al volante, sentir el viento, tomar las curvas…”

- “No, no.” Le cortó el del coche viendo que el nuevo se emocionaba.
- “Yo no conduzco, pero tengo un coche enorme y muy potente. ¿A que es precioso?”

El nuevo, sorprendido, abrió mucho los ojos detrás de sus gafas.
- “¿¡Que no conduces!? Pero entonces… ¿por qué quieres el coche?”
- “Porque yo soy el que tiene el coche” le dijo el otro sacando pecho. “Nadie más tiene un coche tan bonito como el mío.”

El nuevo miró lentamente a los cinco y les dijo:
- “Pero… ¿para qué queréis todas esas cosas si luego no las usáis? Sois unos muñecos muy raros.”

Los otros se enfadaron un poco.
- “¿Y tú?” dijo el de la copa, “¿tú quién eres, eh?”
- “¡Eso!” le apoyó el del pelo largo, “dinos, ¿tú quién eres?”

- “Yo soy motorista, me llamo Toni y me encanta conducir entre los bloques de lego.” Se presentó con una sonrisa.

Los otros cinco se miraron entre ellos. Parecía que el nuevo tenía las cosas claras. Entonces el del gorro de cocinero saltó:
- “Sí, claro, eso lo dices porque llevas un casco de moto, pero si no tuvieses casco, ya no serías motorista.”
- “!Ajá!” dijo el de la copa de plástico “¡Te pillamos!” Y todos empezaron a reírse.

- “¡Eso no es verdad!” Se defendió el nuevo. “Yo soy motorista porque es lo que quiero ser. Ahora mismo no tengo moto, se debió de perder en el parque, pero yo sigo siendo motorista.”
Se quitó el casco rojo y enseñándoselo a los otros prosiguió:
-“Y tengo este casco porque para conducir la moto es necesario, pero si lo perdiese… ¡seguiría siendo motorista!”
- “Si queréis os lo dejo” dijo dejando el casco en el suelo a los pies de los otros. Estos retrocedieron un poco.
- “Pero… el casco es tuyo” dijo el del coche, “Por eso eres motorista.”

- “Yo no dejo de ser quién soy por tener o dejar de tener algo. Cuando vuelva a tener moto necesitaré un casco, hasta entonces no me importa. Pero vosotros… vosotros solo queréis tener cosas por tenerlas, ¡aunque no las uséis!”

Los demás se miraron un poco avergonzados sin decir palabra.
- “Bueno, quedaos con vuestras cosas si queréis, a mi me da igual” continuó el motorista. “Pero aún no habéis contestado a mi pregunta…¿Quiénes sois?”

Los cinco muñecos se miraban a los pies, miraban a los otros y volvían a bajar la mirada… Al cabo de un rato, el del salvavidas amarillo se adelantó, se quitó el salvavidas, lo dejó en el suelo junto al casco rojo y entre triste y avergonzado empezó a hablar:
- “Es que… es que en realidad, no lo sabemos.” 

 

La Mariposa y la Flor

Sucedió una vez que una Mariposa y una Flor se enamoraron. Solían verse de lejos sin atreverse a hablar, hasta que un día la Mariposa se posó en la Flor y ya no quiso despegar. Pasaron días felices una junto a la otra, sintiendo el sol sobre sus alas y pétalos, meciéndose al arrullo de la brisa de verano, respirando el olor dulzón del polen… pero llegó un momento en que la Mariposa sintió la necesidad de volar. Y sin dudarlo un momento se lo dijo a la Flor: sentía tener que dejarla, pero necesitaba volar para poder desplegar todo su potencial, para poder ser ella misma… y sintiéndose muy apenadas, se despidieron y la Mariposa voló.

Desplegó sus alas, viajó, se sintió hermosa bajo el sol y descubrió lo que es ser una mariposa, disfrutando del vuelo y las alturas, visitando mil jardines y bosques. De vez en cuando pasaba cerca de su Flor, le saludaba batiendo las alas más fuerte y veía cómo ella le sonreía y abría más sus pétalos.



Y así vivió un tiempo, aprendiendo a ser Mariposa, disfrutando del vuelo, hasta un día que, volando detrás de una nube, vio de lejos a su Flor sin que ella le viese… y le sorprendió encontrarla llorando.

Entonces se dio cuenta, frenó su vuelo y volvió a posarse sobre su Flor:
- Perdóname. Te he hecho daño. – le dijo la Mariposa -  ¿Por qué me has dejado hacerlo? ¿por qué no me dijiste que te dolía que me fuese a volar?

A la flor le temblaron un poco los pétalos, pero respiró hondo y respondió:

- Claro que duele que te vayas. Yo te quiero y sé que quiero estar contigo, pero no puedo ayudarte a volar, eso tienes que hacerlo sola. Tú sentías la necesidad de volar, y yo no quiero es que estés conmigo por pena, porque crees que es injusto abandonarme aquí en tierra, o porque sabes que yo te quiero a ti. No quiero que te sientas culpable por querer volar, eres una mariposa y precisamente por eso me gustas.

La Flor se limpió las lágrimas y ya con más fuerza prosiguió:
- Quiero que seas feliz, que te sientas bien contigo misma, que vueles y descubras quién eres, hasta dónde puedes llegar y hacia dónde quieres ir. Y entonces, habiendo conocido mil jardines, sintiéndote realizada y en paz con el mundo… levantes la cabeza, mires alrededor y al verme pienses: “esta es la flor con la que quiero estar”.

Y sonriendo melancólica terminó:
- Quiero que estés conmigo porque tú quieres, no porque sabes que yo lo quiero. Pero para eso tengo que dejarte ir libre, tengo que dejar que vueles, que crezcas, que evoluciones. Y si cuando vuelvas, no sientes que me quieres… entonces yo tampoco quiero que te quedes conmigo.

El remolino

El baño había acabado hace un rato, pero habían dejado a los patitos en el agua mientras el niño salía chorreando. Mamá Pato los juntó a todos:
- Vamos niños, detrás mío, que no se pierda ninguno.

Seis patitos amarillos fueron acercándose y uno detrás de otro comenzaron a seguir a Mamá pato por la bañera. Subían y bajaban las pequeñas olas meneando la colita.
- ¡Cua, cua, cua!

Un patito se había quedado solo al otro extremo, no había oído a Mamá Pato porque estaba demasiado ocupado jugando con las gotitas que caían del grifo mal cerrado. Cuando veía que una gota iba a desprenderse, saltaba y la cogía con el pico, a la siguiente gota le daba un coletazo, luego se ponía panza arriba e intentaba darle con sus pies palmípedos.
-¡Mamá, mira mamá! ¡Mira lo que puedo hacer!

Mamá Pato nadó hasta él y cogiéndole con el pico lo puso detrás suyo.
- Vaaaamos Pipo, ven con todos tus hermanos.
Pipo se puso en la fila y nadó y cantó con todos.
- ¡Cua, cua, cua!

Vinieron entonces a quitar el tapón y se formó el remolino del desagüe. ¡A Pipo le encantaba el remolino, era lo más divertido del baño! Se podían hacer muchísimas cosas con él y a Pipo le gustaba inventarse nuevos juegos, aprender los caminos del agua, oponer resistencia y luego dejarse llevar… ¡era genial!

Así es que disimulando, se salió de la fila y fue nadando a todo correr hasta el remolino. Se puso encima y la corriente le hizo girar sobre sí mismo. Salió riéndose y quiso enseñárselo a todos:
- ¡Mamá, mira mamá! ¡Mira lo que puedo hacer!

Y sin esperar más se lanzó de cabeza al remolino y comenzó a girar boca abajo. Solo sobresalían sus patas y su colita amarilla que giraban como locas por encima del agua. Cuando se cansó, salió empapado y riendo medio mareado y todos sus hermanos se abalanzaron sobre el remolino queriendo probar. Mamá Pato se quedó sola mirando a Pipo con el ceño fruncido.
- Mira lo que has conseguido, ¡ahora todos tus hermanos han roto la fila!

Pipo se sintió triste. Sabía que Mamá Pato estaba disgustada por su culpa. Cuando volvieron a la caja de juguetes todos en fila, Pipo iba el último mirándose las puntas de los pies y no cantaba con sus hermanos.
- ¡Cua, cua, cua!

Papá Pato los vio llegar uno detrás de otro y se dio cuenta de que Pipo no estaba tan feliz como siempre. Así es que esa noche fue a hablar con él.
- Qué te pasa Pipo, ¿por qué estás triste?
- Mamá se ha enfadado conmigo y creo que ya no me quiere.
- Oh, así que es eso… ¿y por qué crees que ya no te quiere?
- Porque no le he obedecido, me he ido a jugar en lugar de formar la fila.
- Bueno, supongo que se habrá disgustado, pero estoy seguro de que no ha dejado de quererte. Mamá Pato te quiere, aunque hagas cosas mal, porque eres su hijo.
- ¿Me quiere aunque me porte mal? ¿Aunque haya hecho que todos los demás rompan la fila?
- Sí. Te quiere por ser tú. Hagas lo que hagas nunca dejará de quererte.

Pipo se sintió un poco mejor, era un alivio saberlo. Pero entonces... pensó que eso tampoco le gustaba.
- Pero Papá… yo no quiero que me quiera porque sí, por ser su hijo. Yo quiero que me quiera por ser bueno, porque se me ocurren muchos juegos, porque tengo ideas divertidas, porque mis plumas son muy amarillas, porque ayudo a mis hermanos, porque puedo bucear mucho rato... ¡Quiero que me quiera por cómo soy!

Papá Pato se le quedó mirando un rato y finalmente le contestó:
- Mamá te quiere incondicionalmente, eso no va a cambiar, pero yo te quiero por cómo eres, porque eres inteligente, alegre y considerado, porque te esfuerzas por hacer bien las cosas y porque te haces un montón de preguntas.

Pipo sonrió, aquello estaba mejor, podía lograr el amor de Papá Pato si hacía todas las cosas que le gustaba hacer. Decidió que se esforzaría porque Papá Pato siguiese queriéndole.

- De todas formas – prosiguió Papá Pato – lo importante no es que los demás te quieran por cómo eres, lo importante es que tú te quieras, que a ti te guste cómo eres, que estés orgulloso de ti mismo y seas feliz con ello, y que te esfuerces por ser mejor.
- ¡Yo ya me esfuerzo por ser mejor para que tú me quieras!
- Ya, pero no debes esforzarte para que alguien te quiera, nadie debe decirte cómo debes ser. Ni siquiera yo. Debes esforzarte para ser como tú quieras ser, para aprender y mejorar y sentirte feliz contigo mismo. Y nunca… aunque te echen la bronca, debes dejar de hacer aquellas cosas que realmente te hacen sentir bien.

Pipo se quedó un rato callado, Papá Pato le había dado muchas cosas nuevas en las que pensar.
- Entonces… seguiré buscando nuevas formas de jugar con el remolino.

Juguetes libres

El Caballero seguía enfundado en la armadura, luciendo su yelmo con penacho. Era el campeón de mil torneos y debía estar orgulloso. Le acompañaba el Bufón con su traje de cascabeles que no dejaban de tintinear.

El Aviador en cambio había abandonado su avioneta, sus gafas estaban por el suelo y con el buzo verde desabrochado intentaba hacer entrar en razón a sus amigos:
- Sois de otra época, sé que vuestro Rey y vuestro Dios os obligaron a hacer muchas cosas, pero debéis comprender. Hoy en día nos hemos liberado de los mandamientos de la iglesia y del férreo control de los gobernantes. No hay dictadores que nos obliguen a actuar de una determinada manera. ¡Somos libres! No estamos obligados a obedecer, ¡podemos hacer lo que queramos!

El Bufón sonrió:
- Y tú, ¿qué es lo que piensas hacer con esa libertad?
- ¿Yo? ¡de todo! – se emocionó el Aviador – Aún soy joven, buscaré un buen trabajo, como debe ser, me esforzaré mucho y ascenderé, haré que mi padre se sienta orgulloso. Además ganaré dinero suficiente para comprar la mansión de Barbie. Seguro que entonces ella se enamorará de mi y podré tener una gran familia, como mi madre siempre quiso para mi. Tendré éxito y cuando me miren, todos mis amigos pensarán que soy afortunado y querrán estar en mi lugar.

El Bufón frunció el ceño ladeando la cabeza:
- ¿No piensas volar más?
- No, no pienso seguir en el ejército, ¿no me has oído? ¡Somos libres!
- ¿Me puedo quedar entonces con tu avión?
- Todo tuyo – dijo el Aviador, contento de desprenderse de ese símbolo de su época bajo las órdenes de generales y coroneles.

Mientras se enfundaba las gafas y subía al asiento delantero, el Bufón volvió a dirigirse al Aviador:
- Me has dicho lo que quiere tu padre para ti, lo que quiere tu madre, e incluso tus amigos, pero… ¿qué es lo que TÚ quieres?

El Aviador se quedó parado. Siempre había dado por supuesto que lo que sus padres y amigos esperaban de él, era lo mejor y por tanto lo que él debía de querer, lo que tenía que esforzarse por conseguir. Nunca se había parado a preguntarse qué es lo que realmente quería, y ahora tampoco lo hizo.
- Eh…. pues… yo...
Todas las miradas estaban fijas en él. El Aviador comenzó a sentirse incómodo.
- Yo quiero… todo eso que te he dicho. ¿Qué voy a querer si no? ¡Vaya tontería!

- Ya veo... ¿Y tú Barbie? – preguntó el Bufón encendiendo el motor de la avioneta - ¿Qué es lo que quieres… lo que realmente quieres?

Barbie salió del coche, donde había estado escuchando toda la conversación.
- Yo… siempre he querido viajar, conocer el mundo, ir más allá del cuarto de juguetes, sentir el viento sobre mi cara, cortarme el pelo, quitarme los tacones, respirar, dejar de una vez los coches modernos y las mansiones... y vivir un día aquí y otro allá.

El Bufón le tendió la mano:
-Esta noche actúo en el escenario del desván y mañana… ya veremos. Tal vez vaya a una juguetería de segunda mano, o a una guardería… o quizás pase un tiempo de desván en desván… ¿quieres venir conmigo?

Los ojos de Barbie se abrieron como platos y una sonrisa iluminó su cara. Sin pensárselo dos veces se quitó los tacones y trepó al asiento trasero de la avioneta.

Antes de marchar, el Bufón se dirigió de nuevo al Aviador alzando la voz por encima del ruido de la hélice delantera:
- Y tú amigo, piensa una cosa: ¿de qué te sirve ser libre para hacer lo que quieras… si no sabes qué quieres hacer?

Mientras veía alejarse su antigua avioneta, algo se rompió dentro del Aviador, y este sintió que la libertad era un peso demasiado grande para él.

El Caballero, enfundado en su armadura, había observado toda la escena y solo ahora abrió la boca:
- Dices que eres libre porque no tienes Dioses ni Reyes que te manden como a mí… pero tu amo está dentro de ti mismo. El sentido común, el qué dirán, lo que los demás piensan que debes hacer… esos son amos mucho más peligrosos que cualquier rey, porque te hacen actuar y pensar de una forma, creyendo que es por elección propia y ni siquiera te dejan pararte a pensar si realmente es eso lo que quieres.

Yo tengo un rey de carne y hueso, al que puedo clavar mi espada si no me gusta lo que me obliga a hacer. Pero tú…. ¿cómo puedes enfrentarte a un rey que no tiene cuerpo, a un amo que forma parte de ti?

Una lágrima cayó por la mejilla del Aviador cuando contestó:
- No lo sé.

Entre tejados


INT   BAR DE PARÍS - ANOCHECER

Cincuenta personas beben y gritan en un bar atestado de gente armando un gran barullo. Sentado en una esquina JOAN, un despeinado chico de 20 años, vaqueros viejos que le quedan anchos y camiseta gastada, observa a la gente con expresión meditabunda a través de los mechones de pelo que le cubren los ojos. Joan apura las últimas gotas de una jarra de cerveza y la deja sobre una mesa. Una apresurada CAMARERA recoge la jarra.

CAMARERA
Son tres cincuenta.

Joan paga, se levanta e intenta ir hacia la puerta, pero la multitud se lo impide, por lo que termina saliendo por una puerta trasera.


EXT   TEJADO DEL BAR - ANOCHECER

Joan sube por una escalera de emergencia y llega a un tejado, donde se para y, erguido en el borde, inhala lentamente observando desde lo alto las luces de la ciudad. Hacia la derecha, a su espalda, el tejado sigue subiendo, a su frente, hacia la izquierda se extiende la ciudad. Joan salta al tejado de enfrente, anda por él y trepa sin esfuerzo al siguiente tejado alejándose en dirección a la torre Eiffel.


CORTA A:

EXT   CASA DE PARÍS - ANOCHECER

A través de una ventana abierta en el ultimo piso de un bloque de edificios vemos una habitación bien amueblada, decorada en tonos pastel, con una puerta al fondo y a un costado, una cama cubierta de peluches. Una voz de hombre viene de detrás de la puerta.

HOMBRE (V.O.)
Deja esa maldita flauta y haz algo productivo de una vez.

Un fuerte brazo de hombre empuja a una muchacha al interior de la habitación y cierra con un portazo.

LUZ, 18, pálida, con una larga cabellera oscura que lleva suelta, se sienta sobre la cama mirando pensativa la brillante flauta travesera que descansa a su lado. Luz se levanta con un gesto de resolución, coge la flauta y sale por la ventana trepando descalza hasta el tejado, con sólo un largo camisón blanco y la flauta en la mano.

Al llegar al tejado, se detiene, inhala lentamente, observa la ciudad. A su espalda, hacia la izquierda, el tejado se eleva, a su frente, hacia la derecha, se extiende la ciudad. Luz se aleja saltando ágilmente de un tejado a otro dirigiéndose hacia la torre Eiffel.


CORTA A:

EXT   AZOTEA VIEJA – NOCHE

Un lápiz escribe, sobrescribe, tacha y vuelve a escribir sobre una libreta repleta de anotaciones y borrones. Joan, sentado en una azotea garabatea frenéticamente en su libreta de tapas rojas. Una destartalada y roñosa farola alumbra pobremente a Joan. Un sinfín de papeles arrugados y emborronados cubren el suelo alrededor de Joan, que arranca, arruga y arroja otra hoja. Joan resignado enciende un cigarrillo y se recuesta boca arriba, observando las estrellas.


CORTA A:

EXT   AZOTEA VIEJA - NOCHE

Luz comienza a tocar la flauta de pie, descalza y en camisón, encaramada a la más alta chimenea de la azotea más alta en las proximidades. Joan se incorpora detrás de Luz al escuchar la música, tirando la libreta y el lápiz al suelo y se acerca a ella mirándola anonadado.

El cigarrillo se acaba, Joan lo pisa y comienza a aplaudir lentamente justo antes de que Luz termine de interpretar la pieza. Sobresaltada, Luz deja de tocar, se gira y ve a Joan. Los dos se miran a los ojos y todo se detiene a sus alrededor, por unos segundos sólo se oye el latir de sus dos corazones. Luz azorada aparta la vista y recomponiéndose desciende de la chimenea.

JOAN
Buenas noches pajarillo… ¿siempre vas cantando por los tejados?


LUZ
(sonrojándose)
Pensé que no había nadie aquí arriba.


JOAN
Y no lo hay, no te asustes, que no soy nadie, si te molesto dímelo y me iré.

Joan hace amago de irse.

LUZ
¡No!, espera... no te vayas.

Ambos se miran en silencio unos instantes. Joan sonríe.

LUZ
¿Acostumbras a rondar por los tejados asustando pajarillos desconocidos, (baja lentamente la vista) para luego irte dejándolos con la sensación de ser observados? (mirando a Joan)¿O eres acaso otro pajarillo nocturno?

JOAN
Yo también pensé que no había nadie, pero por favor... no te asustes, no dejes por mí de tocar.

Luz baja la vista, mira de reojo los papeles, la libreta y el lápiz tirados por el suelo y sonríe sin levantar la vista.

LUZ
No dejes tú de escribir por mí.

JOAN
(apesadumbrado)
No, hace ya tiempo que no puedo escribir, pero no es por ti.

Luz levanta la vista sorprendida. Joan se gira y se dirige hacia donde está su libreta.

LUZ
(dubitativa)
Tal vez... tal vez yo pueda ayudarte.

Joan se detiene a medio camino, da media vuelta y mirando a Luz sonríe sarcástico.

JOAN
Nadie puede.

LUZ
Déjame intentarlo al menos.

Joan indeciso, mirando al suelo, se aleja caminando hacia los papeles, se agacha y recoge su libreta. Se detiene en cuclillas, se gira hacia atrás y mira a Luz, que permanece quieta.

JOAN
Si un pajarillo se ofrece para enseñarme a volar… ¿Cómo podría yo negarme?

Luz, con una amplia sonrisa se acerca a él, se agacha, coge el lápiz, se lo tiende a Joan.

LUZ
Me llamo Luz.

JOAN
Joan

Ambos se sientan rodeados de papeles y comienzan a leer y escribir en la libreta.


SECUENCIA DE MONTAJE      JOAN Y LUZ JUNTOS - NOCHE

1.) Joan y Luz comienzan a leer y escribir en la libreta.

2.) Luz se levanta, coge de las manos a Joan y, tira de él hasta levantarlo. Ambos comienzan a girar a gran velocidad hasta que se sueltan las manos y caen al suelo riendo.

3.) Joan se levanta, coge la flauta e intenta tocar sin conseguirlo. Ambos ríen y Joan comienza a cantar una canción de su propia invención. Luz baila al ritmo de la canción de Joan.

4.) Luz coge la flauta y comienza a tocar la canción que Joan cantaba. Joan coge la libreta, se sienta en el suelo y escribe mientras observa cómo Luz toca.

5.) Joan se tumba y descansa pensativo mientras Luz, sentada a su lado, abre y lee los papeles que hay tirados por el suelo.




EXT   AZOTEA VIEJA – AMANECER

Joan duerme en el suelo rodeado de papeles. Luz, sentada a su lado, escribe algo en la libreta. Luz se levanta, deja la libreta, se acerca al borde de la azotea y ve amanecer sobre los tejados de las casas. Luz vuelve, ve a Joan que sigue dormido, se agacha a su lado y permanece un rato en silencio mirándole con tristeza. Luz, indecisa, aparta un par de veces la mirada y vuelve a mirar a Joan. Finalmente coge aire.

LUZ
(mirando a Joan con infinita tristeza)
Lo siento

Luz cierra los ojos.
LUZ (cont.)
(negando con la cabeza)
 No quiero volver a sufrir.

Joan sigue dormido, Luz le besa en la frente, coge su flauta y se va.


EXT   AZOTEA VIEJA - DÍA

Joan despierta desconcertado. Se levanta, busca a su alrededor, y solo ve unos papeles, su libreta y el lápiz.

JOAN
¿Luz?

Tan solo el viento le responde. Joan permanece unos instantes de pie, esperando. Finalmente baja la vista, vuelve a donde estaba y comienza a recoger los papeles del suelo. Se dispone a cerrar la libreta cuando se encuentra con una poesía escrita en ella y firmada por Luz. Joan la lee en voz alta:

JOAN
Busca tu ideal
alma soñadora
de un ser perfecto,
pero no desdeñes
a quien es mortal,
pues en este mundo
es todo cuanto vas a hallar.

La libreta permanece abierta mientras se empiezan a escuchar de fondo el ruido de coches en un atasco.
FUNDE A:

INT   TABERNA – NOCHE

Diez HOMBRES y MUJERES de aspecto descuidado hablan y beben sentados a las mesas de un pequeño y sucio bar con mobiliario de madera vieja y una chimenea al fondo. Un rechoncho CAMARERO limpia una jarra tras la barra vacía. Joan, 28, pelo muy corto, vaqueros y camisa formal, bebe un sorbo de una jarra de cerveza casi llena y la deja sobre una mesa, derramando parte del contenido, junto a otras cuatros jarras ya vacías, una libreta roja muy usada y un lápiz.

BERNARD, 50, alto y gordo, está de pie, con una jarra en la mano, hablando en tono bastante alto.

BERNARD
(voz de bajo, burlándose de Joan)
...así que un ángel era, no?

Bernard se ríe. Joan, enfadado, no contesta.

BERNARD (cont.)
(alzando más el tono y señalando a Joan)
Oíd todos. ¡¡Este amigo ve a los ángeles!!

Todo la taberna ríe mirando a Joan.

BERNARD (cont.)
¿Y dónde está ahora ese “ángel”? ¿Está aquí contigo?

Bernard mira a todos lados fingiendo estar asustado. El resto de los clientes ríen cada vez más fuerte.

JOAN
(enfadado, le cuesta hablar, está un poco borracho)
No lo sé. Desapareció, ¿vale? La he buscado durante ocho años por todos los tejados de París y jamás la he vuelto a ver.

Bernard levanta un lado del labio superior, y luego abre la boca sacando la lengua en un gesto de asco.



BERNARD
¿Por los tejados? ¿Es que era una bruja horrible llena de verrugas que volaba en su escoba por los tejados?

JOAN
NO ¡Ella no era una bruja!

Mirando a todos los de la taberna.

JOAN (cont.)
(melancólico)
Os juro que jamás vi una mujer tan buena y tan hermosa como aquella.

BERNARD
(libidinoso)
¿Tan hermosa era? ¿Por qué no la traes entonces y nos dejas verla y tocarla a nosotros también?

Todos ríen a carcajadas. Joan enfadado mete su libreta y el lápiz en un bolsillo trasero, saca de otro bolsillo unas monedas, las arroja sobre la mesa y, sale de allí entre las risas del resto de clientes.


EXT CALLE DE PARÍS - NOCHE

Una vez fuera se calma y su expresión cambia del genio a una profunda tristeza. Cogiendo aliento Joan comienza a caminar entre calles con la vista baja y las manos en los bolsillos.


SECUENCIA DE MONTAJE:     JOAN Y LUZ POR LOS TEJADOS – DIA

1.) LUZ, 26, vaqueros y camiseta ajustada, larga cabellera negra recogida en una coleta, dirige a una orquesta de niños en una escuela.

2.) Joan escribe un poema en una hoja de papel, y la dobla haciendo una pajarita. A su alrededor diez mil pajaritas de papel cubren el suelo de una azotea.

3.) Luz toca en la flauta la canción de Joan caminando alegremente por el murete que delimita el Sena. Seis niños corren alegres detrás suyo por al lado del murete bailando con la música.

4.) Joan, con una mochila a la espalda, recorre las calles del centro de París dejando en cada rincón una pajarita de papel.

5.) Luz, disfrazada de pájaro anda por la calle entre gente disfrazada también, cuando ve una pajarita metida en un hueco en la pared de piedra de una casa. La coge, ve que tiene algo escrito, deshace la pajarita abriendo el papel y lee un poema que hay escrito.

LUZ
(leyendo)
Te veo en cada gota de rocío
tu ritmo me acompaña al caminar
vivo mientras sueño estar contigo
llevo tu ausencia escrita en mi mirar.

Luz sonríe extrañada e intrigada y guarda el papel en su bolsillo.

6.) Joan vende sus poemas en un puesto. A su izquierda un artista hace retratos a los turistas junto a un cartel en el que se lee: “CARICATURAS EN UN MINUTO”.

7.) Luz toca la flauta sentada en el alfeizar de una ventana que da a la azotea de la casa de al lado.


CORTA A:

EXT   TEJADO AZUL – NOCHE

La mano de Joan escribe rápidamente sobre su libreta.

JOAN (V.O.)
Sin luz, sin sombra.
Sin un pasado,
sin un presente.
Sólo queda el futuro,
sólo queda la muerte.

Joan, sentado sobre un tejado a dos aguas, con la libreta apoyada sobre su rodilla, mira las estrellas por un instante y vuelve a concentrarse en su libreta.

Joan se detiene repentinamente y escucha atentamente. A lo lejos suena la CANCIÓN DE JOAN. Apresuradamente recoge la libreta y el lápiz y sale corriendo en dirección a la música.

Joan trepa sin dificultad al siguiente tejado y sigue corriendo, se detiene un segundo, escucha, y sigue corriendo en otra dirección saltando sobre un tejado a dos aguas.

La música se escucha cada vez más alta. Joan sube por unas escaleras de emergencia.


EXT   AZOTEA PEQUEÑA – NOCHE

Joan llega a una pequeña, gris y sucia azotea entre dos casas más altas. En la pared de la casa frente a Joan, una ventana abierta deja salir un chorro de luz que ilumina a Joan. Este levanta la vista hacia la ventana y ve a Luz tocando la flauta sentada en el alfeizar. Ella no le ve y continua tocando. Joan empieza a aplaudir justo antes de que termine la melodía. Sobresaltada, Luz deja de tocar, se gira y ambos se miran incrédulos en silencio.

Por unos segundos el tiempo parece detenerse, no se oye nada alrededor, sólo en sonido de los latidos de sus corazones. La flauta cae ventana abajo. Joan, sobresaltado se echa a correr y la coge en el aire mientras Luz se queda paralizada en la ventana.

LUZ
(sorprendida y emocionada, entrecortándose)
Joan.

Con la flauta en una mano Joan levanta la cabeza hasta cruzar su mirada con la de Luz. Los dos a la vez desvían la mirada avergonzados, Joan hacia el suelo, Luz hacia el interior de la casa. En el mismo instante ambos vuelven a mirarse a los ojos y se quedan mirándose sin decir palabra durante un rato.

JOAN
(le tiembla la voz)
Buenas noches pajarillo, ¿cuándo cambiaste los tejados por las ventanas?

LUZ
(le cuesta empezar a hablar)
¡Pensé que jamás te volvería a ver!

JOAN
Yo he temido durante años no verte de nuevo... y ahora que te tengo aquí...

Joan sonríe sarcástico negando con la cabeza.

JOAN
No sé qué decir.

LUZ
(cogiendo aire)
Sube, tenemos mucho de qué hablar.

JOAN
No. Vayamos fuera. Los pájaros deben volar al aire libre, sobre los tejados, no encerrados entre cuatro pareces. Y yo quiero VOLAR contigo, quiero darte mi fuerza y que me prestes tus alas.

Ambos se miran sonriendo, en silencio.

LUZ
Vamos pues. Volemos y volvamos a nuestro tejado, pajarillo.

Luz se descuelga por la ventana, cae al lado de Joan y ambos se sonríen.


CORTA A:

EXT   AZOTEA VIEJA – AMANECER

Joan llega a la azotea subiendo por una escalera y ayuda a subir a Luz, que viene detrás de él con la flauta en la mano.

JOAN
¿En serio? ¿No has vuelto aquí desde entonces?

Una vez arriba ambos se detienen y miran a su alrededor con nostalgia.

LUZ
No, nunca.

Luz toma aliento y Joan la mira intrigado.

LUZ (cont.)
Supongo que temía encontrarte de nuevo y romper… la magia, el misterio de aquel día. Prefería que me recordases por siempre como un precioso sueño.

Ambos se miran a los ojos.

JOAN
Y lo conseguiste.

Ambos permanecen unos instantes en silencio, recordando.
LUZ
(volviendo a la realidad)
¿Y tú? ¿Has vuelto alguna vez?

JOAN
(ausente)
Yo sí. He pasado muchas noches aquí.

Joan sacude la cabeza, se encoge de hombros y comienza a caminar en dirección a la chimenea más alta.

JOAN (cont.)
Supongo que no me conformo con los sueños. Necesito hacerlos realidad.

Joan se encarama a la chimenea, mira hacia abajo a Luz y le extiende la mano.

JOAN (cont.)
Ven, sube, toca de nuevo para mí.

Joan ayuda a Luz a subir y, una vez arriba, ella empieza a tocar en la flauta la canción que Joan le cantó hace años. Cuando la música termina está amaneciendo. Los dos juntos observan la salida del sol, se miran en silencio y Luz avergonzada baja la mirada. Joan le coge de la barbilla, haciéndole alzar el rostro y mirándole  los ojos.

JOAN
Quédate conmigo Luz. No te vayas de nuevo. Por favor.

Sin apartar en ningún momento su mirada de la de él, Luz intenta responder, pero las palabras no salen de su boca. Ambos se quedan en silencio, mirándose. Lentamente se van acercando el uno al otro hasta que sus labios se juntan y terminan besándose.


FUNDE A:


INT   COCINA - MAÑANA

El timbre del MICROONDAS pita, dentro dos tazones dejan de dar vueltas. Al lado dos tostadas saltan de la tostadora. La cocina es pequeña, sencilla pero limpia y bien amueblada.

Por la puerta de la cocina aparece LUZ, de 32 años, una arrugas asoman a los costados de sus ojos, lleva unos pantalones de vestir y una camiseta ancha y va haciéndose una coleta por el camino. Luz llega, saca las tostadas del tostador, las pone en un plato sobre la mesa y abre el microondas.

Entra en la cocina JOAN, de 34 años que lleva el pelo corto, con bastantes canas y viste pantalón de traje y camisa. Joan se dirige hacia el microondas.

JOAN
(bostezando)
Buenos días.

LUZ
(sonriendo)
Hola cariño.

Joan besa distraídamente  a Luz en la mejilla  y coge una de las tazas del interior del microondas. Luz coge la otra y ambos se sientan a la pequeña mesa, cada uno en una esquina untando en un momento mantequilla en las tostadas y comiéndoselas apresuradamente.

LUZ
(distraída)
Hoy volveré tarde, la orquesta del colegio me ha pedido un ensayo más, quieren repasar las canciones para la fiesta de fin de curso.

Joan le da un mordisco a su tostada.

JOAN
(sonriendo)
Algún día esos niños serán grandes músicos y podrán decir que empezaron con la mejor profesora del mundo.

Joan le guiña el ojo a Luz y esta sonríe. Ambos siguen comiendo en silencio, terminan, dejan los tazones en el fregadero y salen de la cocina.

INT   SALÓN - MAÑANA

Joan se pone una chaqueta y ordena unos papeles sobre un maletín. Luz entra en el salón abrochándose los últimos botones de la camisa, coge una chaqueta a juego con sus pantalones de encima de una silla, se la pone y coge un maletín-bandolera. Ambos salen a la calle, ella poniéndose bien la coleta, él terminando de meter todos los papeles en el maletín.


CORTA A:

INT SALÓN – TARDE

Joan llega, cierra la puerta, abandona el maletín sobre la mesa y se deja caer en el sofá, donde descansa con los ojos cerrados. Finalmente reacciona, abre el maletín, coge una vieja libreta roja y un lápiz e intenta escribir algo.

El lápiz se queda quieto al lado de una página en blanco.

Joan, sentado en el sillón, se va poniendo cada vez más nervioso hasta que finalmente explota y arroja la libreta y el lápiz a la otra punta de la habitación. Joan coge aire, apoya los codos sobre sus rodillas y la cabeza entre sus manos y niega lentamente con la cabeza mientras suelta el aire que había cogido.

En ese momento entra Luz en casa.

LUZ
Hola cariño, ya he vuelto.

Luz se detiene extrañada al ver la libreta tirada en el suelo, y mira a Joan interrogante. Este levanta la cabeza y saluda sin dar explicaciones.

JOAN
(desanimado)
Hola.

Luz preocupada recoge la libreta, se acerca a Joan y e agacha en cuclillas delante de él apoyando sus brazos en las rodillas de él y la barbilla sobre estos.

LUZ
¿Qué ocurre Joan?

Joan suspira lentamente y niega con la cabeza intentando sonreír.
JOAN
No es nada.

Ambos permanecen en silencio, Joan mirando al infinito, Luz mirando a Joan.

LUZ
¿Sigues sin escribir? Hace tiempo que no escribes nada.

Joan suspira y cierra los ojos.

JOAN
No puedo.

LUZ
Tal vez pueda ayudarte.

Con los ojos cerrados, Joan niega lentamente.

JOAN
Nadie puede.

LUZ
Déjame intentarlo al menos.

Joan, en silencio, mira a Luz a los ojos y baja de nuevo la mirada.

LUZ (cont.)
Ya te ayudé una vez.

JOAN
(con una profunda tristeza)
Esta vez no puedes.

JOAN (cont.)
(cogiendo aire)
Ya no me haces volar, pajarillo.

Luz baja la vista al suelo apesadumbrada. Se levanta, aprieta con una mano el hombro de Joan y, dándole la espalda, se dirige al dormitorio.


INT   DORMITORIO – ANOCHECER

Luz, sentada en una cama de matrimonio, toca en su flauta una triste canción con las mejillas llenas de lágrimas.


INT   SALÓN – NOCHE

Joan se levanta del sillón, recoge el lápiz y la libreta y se dirige al dormitorio.


INT   DORMITORIO – NOCHE

Joan entra en la habitación y observa melancólico a Luz, que parece dormida. Joan se desviste, se pone el pijama y se acuesta.

Luz, tumbada en la cama, abre un ojo y espera a que Joan se quede dormido.

Luz se levanta, saca una maleta de debajo de la cama, la llena de ropa apresurada pero silenciosamente, se viste y sale al salón con la maleta.


INT   SALÓN – NOCHE

Luz coge la libreta y el lápiz, enciende una lamparita, que hay en una pequeña mesa, apoya la libreta sobre la mesa, escribe algo en ella y la deja ahí. Luz coge la maleta y se va de la casa.


FUNDE A:

EXT   AZOTEA VIEJA – NOCHE

Joan, sentado en el suelo, escribe en su libreta de tapas rojas.


FUNDE A:

INT   HABITACIÓN DOS – NOCHE

LUZ, de 42 años, melena corta, gafas de pasta, camisón blanco, sentada sobre una cama abre un libro. En la tapa de este se lee: “POEMAS A LUZ. DE JOAN GERAD”.
SECUENCIA DE MONTAJE             

1.) Luz, sentada en su habitación lee en alto un poema del libro de Joan.

LUZ
…no te quiero besar
ni volar tan lento.
No estoy sedienta de un mar,
sino de un ciento.

2.) Joan sentado en la azotea escribe un poema en su libreta roja. Va leyendo en alto cada verso.

JOAN
No te quiero alcanzar.
Tan sólo soñar
en la distancia.
Tan solo gritar…

3.) Luz sentada en su cama lee el libro de Joan.

LUZ
…liberando un huracán
en mi garganta,
sin darme tiempo a escapar,

JOAN (V.O.)
…sin poder parar,
blandiendo plumas contra el viento

JOAN (V.O.) Y LUZ
…tras el rastro inalcanzable
de un amor sediento.


FUNDE A:

EXT   AZOTEA VIEJA – NOCHE

Joan escribe en su libreta, de fondo suela la CANCIÓN DE JOAN. La luna llena ilumina la azotea.


CORTA A:

EXT   TEJADO VERDE

La luna llena ilumina a Luz, que toca la CANCIÓN DE JOAN sentada en lo alto de un tejado a dos aguas.