Verbalizando el ozono

Me gusta el olor a Ozono que precede a las repentinas tormentas veraniegas. Quisiera poder plasmarlo sobre el papel, decir que es fresco y metálico a la vez, que huele a hierro oxidado y a hierba recién cortada, a descarga eléctrica y a limpia transparencia. Decir que es suave y penetrante, que anuncia una descarga de alegres gotas que pronto invadirán este ambiente cargado llevándose con ellas la pesadez del verano, dejando un aire nuevo, ligero.

Quisiera decir todo esto y que quien lo leyera pudiese olerlo, sentirlo, notar la suave caricia de las gotas sobre su piel. Pero es imposible. Por mucho que me acerque, por muy bien que lo describa, hay sensaciones que no pueden ser atrapadas dentro de palabras.

Cuando expresamos un pensamiento, sentimiento o sensación, las palabras que elegimos son como cuencos, recipientes que contienen aquello que queremos expresar. Pero en realidad no son más que palabras y no pueden contener la esencia de lo que intentamos explicar porque los sentimientos, las sensaciones, los pensamientos… no son estáticos, fluyen continuamente, cambian de matiz, crecen y desbordan sin remedio el recipiente en el que queríamos contenerlos.

La experiencia pierde intensidad al verbalizarla, y tan solo quien haya vivido algo similar podrá hacerse una idea de lo que intentamos expresar. No por los cuencos de palabras que intentamos hacerle llegar, medio vacíos ya de tanto desbordar, sino por el recuerdo de su propia experiencia vivida.

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