Dos anécdotas y una visión del mundo

ANÉCDOTA 1:
Hace unos años instalamos un ascensor en la casa del pueblo. Es un pequeño portal de tan sólo cuatro vecinos. Ahora nos han ofrecido la posibilidad de instalar un sistema que apaga la luz del ascensor cuando este no está siendo usado, lo que en esta comunidad supone 23 horas al día como mínimo.
Parecía buena idea, así es que hicimos cálculos: ¿Cuánto cuesta? ¿Cuánto nos ahorraríamos de luz al mes? ¿Cuánto tiempo haría falta para amortizar el gasto de instalación?
La conclusión fue que tardaríamos veinte o treinta años, así es que… no compensa. Y el dispositivo no se ha puesto.

¿Por qué dejamos que la luz de un ascensor permanezca encendida a todas horas y decimos que no compensa apagarla? ¿A quién no le compensa? A mi bolsillo, desde luego no, pero ¿es eso lo único que importa?

ANÉCDOTA 2:
El otro día salía del supermercado con un solo producto. Le digo a la cajera “No quiero bolsa, gracias” y ella me mira sonriendo mientras mete mi producto en una bolsa de plástico. Ante mi car de estupor, sonríe más y me dice: “Es gratis!”

Y yo me quedo pensando: ¿Por qué tengo que usar un producto que no es necesario en absoluto? ¿Tan sólo porque no me cuesta nada? ¿Acaso no le cuesta a medio ambiente?


UNA VISIÓN DEL MUNDO:
Todo lo medimos respecto al dinero: Si es gratis, lo hacemos. Si es barato, podemos hacerlo. Si es caro, no podemos, aunque no por ello dejamos de quererlo.

No vemos que hay otros baremos aparte del precio. No nos paramos a pensar en el verdadero valor de algo, y mucho menos en sus repercusiones.




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