Enraizarse y soñar

Las hojas de un árbol se mecen al viento. Sintiendo su caricia se vuelven hacia donde este sopla, giran y revolotean con un susurro quedo, se inclinan las ramas cuando viene fuerte, se dejan llevar y disfrutan de los aromas lejanos que el aire arrastra.

No se asusta el árbol de la lluvia ni de las tormentas, y si una tempestad arranca algunas flores, hojas o frutos… bien, será que llegó ya el tiempo de esparcir su semilla a los cuatro vientos.

Las raíces del árbol en cambio, permanecen siempre bien fijadas tierra. Se hunden lentamente en la realidad y de ella se nutren. El árbol alimenta y deja volar sus sueños teniendo siempre una base firme que le indica dónde está. Así debemos los hombres también encontrar nuestro lugar en este mundo, nuestra base, esa raíz que no alimente, sobre la que podamos alzarnos y soñar.