Juguetes libres

El Caballero seguía enfundado en la armadura, luciendo su yelmo con penacho. Era el campeón de mil torneos y debía estar orgulloso. Le acompañaba el Bufón con su traje de cascabeles que no dejaban de tintinear.

El Aviador en cambio había abandonado su avioneta, sus gafas estaban por el suelo y con el buzo verde desabrochado intentaba hacer entrar en razón a sus amigos:
- Sois de otra época, sé que vuestro Rey y vuestro Dios os obligaron a hacer muchas cosas, pero debéis comprender. Hoy en día nos hemos liberado de los mandamientos de la iglesia y del férreo control de los gobernantes. No hay dictadores que nos obliguen a actuar de una determinada manera. ¡Somos libres! No estamos obligados a obedecer, ¡podemos hacer lo que queramos!

El Bufón sonrió:
- Y tú, ¿qué es lo que piensas hacer con esa libertad?
- ¿Yo? ¡de todo! – se emocionó el Aviador – Aún soy joven, buscaré un buen trabajo, como debe ser, me esforzaré mucho y ascenderé, haré que mi padre se sienta orgulloso. Además ganaré dinero suficiente para comprar la mansión de Barbie. Seguro que entonces ella se enamorará de mi y podré tener una gran familia, como mi madre siempre quiso para mi. Tendré éxito y cuando me miren, todos mis amigos pensarán que soy afortunado y querrán estar en mi lugar.

El Bufón frunció el ceño ladeando la cabeza:
- ¿No piensas volar más?
- No, no pienso seguir en el ejército, ¿no me has oído? ¡Somos libres!
- ¿Me puedo quedar entonces con tu avión?
- Todo tuyo – dijo el Aviador, contento de desprenderse de ese símbolo de su época bajo las órdenes de generales y coroneles.

Mientras se enfundaba las gafas y subía al asiento delantero, el Bufón volvió a dirigirse al Aviador:
- Me has dicho lo que quiere tu padre para ti, lo que quiere tu madre, e incluso tus amigos, pero… ¿qué es lo que TÚ quieres?

El Aviador se quedó parado. Siempre había dado por supuesto que lo que sus padres y amigos esperaban de él, era lo mejor y por tanto lo que él debía de querer, lo que tenía que esforzarse por conseguir. Nunca se había parado a preguntarse qué es lo que realmente quería, y ahora tampoco lo hizo.
- Eh…. pues… yo...
Todas las miradas estaban fijas en él. El Aviador comenzó a sentirse incómodo.
- Yo quiero… todo eso que te he dicho. ¿Qué voy a querer si no? ¡Vaya tontería!

- Ya veo... ¿Y tú Barbie? – preguntó el Bufón encendiendo el motor de la avioneta - ¿Qué es lo que quieres… lo que realmente quieres?

Barbie salió del coche, donde había estado escuchando toda la conversación.
- Yo… siempre he querido viajar, conocer el mundo, ir más allá del cuarto de juguetes, sentir el viento sobre mi cara, cortarme el pelo, quitarme los tacones, respirar, dejar de una vez los coches modernos y las mansiones... y vivir un día aquí y otro allá.

El Bufón le tendió la mano:
-Esta noche actúo en el escenario del desván y mañana… ya veremos. Tal vez vaya a una juguetería de segunda mano, o a una guardería… o quizás pase un tiempo de desván en desván… ¿quieres venir conmigo?

Los ojos de Barbie se abrieron como platos y una sonrisa iluminó su cara. Sin pensárselo dos veces se quitó los tacones y trepó al asiento trasero de la avioneta.

Antes de marchar, el Bufón se dirigió de nuevo al Aviador alzando la voz por encima del ruido de la hélice delantera:
- Y tú amigo, piensa una cosa: ¿de qué te sirve ser libre para hacer lo que quieras… si no sabes qué quieres hacer?

Mientras veía alejarse su antigua avioneta, algo se rompió dentro del Aviador, y este sintió que la libertad era un peso demasiado grande para él.

El Caballero, enfundado en su armadura, había observado toda la escena y solo ahora abrió la boca:
- Dices que eres libre porque no tienes Dioses ni Reyes que te manden como a mí… pero tu amo está dentro de ti mismo. El sentido común, el qué dirán, lo que los demás piensan que debes hacer… esos son amos mucho más peligrosos que cualquier rey, porque te hacen actuar y pensar de una forma, creyendo que es por elección propia y ni siquiera te dejan pararte a pensar si realmente es eso lo que quieres.

Yo tengo un rey de carne y hueso, al que puedo clavar mi espada si no me gusta lo que me obliga a hacer. Pero tú…. ¿cómo puedes enfrentarte a un rey que no tiene cuerpo, a un amo que forma parte de ti?

Una lágrima cayó por la mejilla del Aviador cuando contestó:
- No lo sé.

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