El deseo de poder no nace de la fuerza, sino de la debilidad.
La incapacidad de muchos hombres para alzarse en solitario y ser fuertes por sí mismos, les impulsa a buscar la aprobación, el apoyo y la obediencia de los demás. Son hombres débiles que buscan un sustituto de esa fuerza que no encuentran en sí mismos.
Los gobernantes deberían ser personas fuertes, autosuficientes y estables. Debería por tanto negársele el acceso al poder a todo aquel que tenga deseo del mismo.
El mejor gobernante será alguien que no desee el poder y sin embargo lo acepte por el bien del pueblo.
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