No, gracias

 
Pues bien, ese es mi vicio
me gusta provocar, adoro ese suplicio.
¿Qué quieres que haga, buscarme un protector?
¿un amo tal vez?
¿y como hiedra oscura que sube la pared,
medrando sibilina y con adulación,
cambiar de camisa
para obtener posición?
 
¡No gracias!
 
¿Dedicar si viene al caso
versos a los banqueros,
convertirme en payaso,
adular con vileza los cuernos de un cabestro
por temor a que me lance un gesto siniestro?
 
¡No gracias!
 
¿Desayunar cada día un sapo,
tener el vientre panzón,
un papo que me llegue a las rodillas,
con dolencias pestilentes de tanto hacer reverencias?
 
¡No gracias!
 
¿Adular el talento de los canelos,
vivir atemorizado por infames dineros
y repetir sin tregua:
“Señores soy un loro
quiero ver mi nombre escrito en letras de oro”?
 
¡No gracias!
 
¿Sentir terror a los anatemas,
preferir las calumnias a los poemas
coleccionar medallas
urdir falacias?
 
¡No gracias! ¡No gracias! ¡No gracias!
 
Pero cantar, soñar, reír,
vivir, estar solo, ser libre,
tener el ojo avizor,
la voz que vibre,
ponerme por sombrero el universo
por un sí o por un no,
batirme,
o hacer un verso.
Despreciar con valor la gloria y la fortuna,
viajar con la imaginación… a la luna.
Solo al que vale reconocer los méritos,
no pagar jamás por favores pretéritos,
renunciar a cadenas y protocolo.
Posiblemente no volar muy alto,
pero solo.
 
(Cyrano de Berguerac, de Edmond Rostand)

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