Verbalizando el ozono

Me gusta el olor a Ozono que precede a las repentinas tormentas veraniegas. Quisiera poder plasmarlo sobre el papel, decir que es fresco y metálico a la vez, que huele a hierro oxidado y a hierba recién cortada, a descarga eléctrica y a limpia transparencia. Decir que es suave y penetrante, que anuncia una descarga de alegres gotas que pronto invadirán este ambiente cargado llevándose con ellas la pesadez del verano, dejando un aire nuevo, ligero.

Quisiera decir todo esto y que quien lo leyera pudiese olerlo, sentirlo, notar la suave caricia de las gotas sobre su piel. Pero es imposible. Por mucho que me acerque, por muy bien que lo describa, hay sensaciones que no pueden ser atrapadas dentro de palabras.

Cuando expresamos un pensamiento, sentimiento o sensación, las palabras que elegimos son como cuencos, recipientes que contienen aquello que queremos expresar. Pero en realidad no son más que palabras y no pueden contener la esencia de lo que intentamos explicar porque los sentimientos, las sensaciones, los pensamientos… no son estáticos, fluyen continuamente, cambian de matiz, crecen y desbordan sin remedio el recipiente en el que queríamos contenerlos.

La experiencia pierde intensidad al verbalizarla, y tan solo quien haya vivido algo similar podrá hacerse una idea de lo que intentamos expresar. No por los cuencos de palabras que intentamos hacerle llegar, medio vacíos ya de tanto desbordar, sino por el recuerdo de su propia experiencia vivida.

Mercenarios sin bravura

“[…] ¡Ah, los malditos chuchos!... ¡Mercenarios famélicos del enemigo!, ¡viles soplones de nuestro rastro y nuestra presencia!... ¡Cuánto os odio, traidores a las especies animales que no quisieron verse esclavizadas por el hombre!...

¿Es que no sentís la llamada de la libertad y del campo abierto?

Cuando en la suelta os desatan la collera infamante y os dejan francas las anchuras de la sierra infinita para correr, ¿no envidiáis a vuestro hermano el lobo que, aunque padezca hambres y miserias, es independiente y a su albedrío danza por cumbres y por valles?

No comprendo cómo, al final de vuestra tarea delatora, regresáis mansos a la llamada ronca de la caracola que os convoca de nuevo para encadenaros… Pero, sí. Sí lo entiendo. Volvéis porque os aguarda el jornal miserable; la corraliza infecta de la casa de labor donde pagan con macizos panes el esfuerzo empleado. Bien os va… ¡Enhorabuena!

¡Enhorabuena!, pero no os envidio. Ignoráis la suprema belleza de los amaneceres limpios y las tardes serenas. El regalo de la independencia absoluta, sin amos ni servidumbres. La alegría sencilla del vivir para uno mismo con los instintos desplegados al viento de la libertad…

Y lo mismo os digo, sarnosos mulos, escurridos jamelgos, grotescos borricos que prestáis vuestro músculo imbécil a la malicia del tirano. ¿Os compensa la mísera ración de mala paja el sabor del zurriagazo picante con que os acarician; de las mataduras con que sangra vuestro pellejo bajo el roce de correas y sogas de los cueros y las cinchas de vuestro atavío de siervos?

Sufrid sin queja, aduladores mansos. Los golpes que llueven sobre vuestros polvorientos lomos, merecido premio son a la conformidad otorgada al egoísmo de los hombres, y bien hacen ellos en medir con flexibles varas de fresno la hondura de vuestra sumisión.

¡Que os vapuleen!, no os compadecemos, mercenarios sin bravura y sin ira. […]”


(Fragmento del libro "Solitario" de Jaime de Foxa, puesto en boca de un jabalí salvaje)










Sin cadena al cuello

Acostumbraba a jugar
con los otros chiquillos,
a guardarse piedras
en los bolsillos,
a correr por los prados
sin llevar reloj
y volver pa su casa
al ponerse el sol.

Acostumbraba a ser libre
sin pensar en ello,
a fumar a escondidas
en la plaza del pueblo,
a ser un cachorro
sin cadena al cuello.

Pero un día, sin avisar,
se mudaron a la ciudad,
le pusieron un uniforme nuevo
que no podía manchar,
le cortaron el pelo
y la libertad.

Encerrado entre cuatro paredes
pasaba la semana
haciendo los deberes,
soñando con la montaña.

Acostumbraba a ser libre
sin pensar en ello,
a fumar a escondidas
en la plaza del pueblo,
a ser un cachorro
sin cadena al cuello.

Pero un día, sin avisar,
se mudaron a la ciudad,
le pusieron un uniforme nuevo
que no podía manchar,
le cortaron el pelo
y la libertad.

 
 

Condicionamiento inconsciente

El mundo exterior nos condiciona, nos hace ser de una manera u otra, nos dice lo que debemos pensar y sentir, nos hace asociar deber con sumisión, virtud con obediencia, y pecado con desobediencia entre otras muchas ideas.

Lo que nos dicen y los hechos que vivimos, nos moldean. Somos como somos dependiendo de la educación que hayamos recibido y de nuestras vivencias, y ambas están marcadas por la familia y la sociedad que nos rodea.

Debemos conocer la sociedad en que vivimos si queremos conocernos a nosotros mismos. De lo contrario, ¿cómo puede uno saber qué parte de sí mismo no es realmente suya?





Huérfano

Dónde estás, tú que me diste
la vida y después te fuiste.
Dónde estás, te has olvidado
de que tienes un pasado,
o en ratos de soledad
aún recuerdas que me dejaste atrás.

Alguna vez piensas en mi,
te preguntas por mi estado,
o decidiste seguir
y mi recuerdo quedó sepultado.

Me gustaría verte,
darte la mano,
poder conocerte,
saber si me parezco a mis hermanos.

Cuando pienso en mostrarte
que el bebé que dejaste
es un hombre hecho y derecho,
se me hace un nudo en el pecho
y no puedo respirar.
¿Dónde estás?

Jamás te vi,
nunca pude darte un beso,
mas no por eso
dejé de pensar en ti.

Querría agradecerte
que me permitieras vivir,
querría abrazarte muy fuerte
y decirte que soy feliz.



Es tan fácil vivir contigo

Es tan fácil vivir contigo,
haces tan sencillo el camino,
los problemas se desvanecen,
vuelan y desaparecen.

Cualquier instante despistado
que habría pasado
si dejar huella,
se graba a fuego
y brilla como una estrella
cuando tú estás a mi lado.
Porque tú llenas mi corazón,
tú me das una razón,
tú me haces ser mejor.

Esto es vida

Despierto por la mañana,
el sol brilla en mi ventana.
Café zumo y croissant.
¡Adoro desayunar!

Salgo a la calle,
música en mis auriculares,
y me voy de bares.
Lugares con encanto,
cañas, mostos y tapas,
¡tampoco cuestan tanto!
Y un paisano: “Ven pa acá”
y se arranca por soleares.

Buena compañía,
sidra, vino,
queso y alegría.

¡Esto es vida!

Quien piense que no,
que venga y me lo diga,
a esta ronda invito yo,
veremos después qué opina.

¡Esto es vida!

Para ser feliz

Para ser feliz tan solo quiero
poder alzar el vuelo,
respirar hasta el fondo del alma,
sentirme por dentro en calma.

Que mi vida no pare un segundo,
recorrer el mundo,
vivir intensamente cada instante
sin temer lo que habrá delante
y dormir tranquilo
compartiendo mis sueños contigo.

¿Dónde reside el hogar?

Cuando era pequeña, cerraba los ojos pensando en mi hogar y veía la casa donde crecí, la casa de mis padres, la habitación que compartía con mi hermano, mis juguetes y el nido del balcón. Cambiamos de casa y me sentí desarraigada, tenía mucha más luz y una habitación para mí sola, pero me costó un tiempo sentir que ese era mi nuevo hogar.

Después me fui. Habitaciones y pisos compartidos. Volvía a casa las fiestas y ,como siempre en vacaciones, mi casa estaba llena de familia… solo que ahora yo también era uno de los que venían por vacaciones. Volvía a compartir habitación con mi hermano porque en la mía estaban mis tíos, mis primos, o mis abuelos… Aún así, al principio ese seguía siendo mi hogar.

Pero un día volví a mi piso después de un verano, después de dos meses durmiendo junto a mi hermano y guardando mi ropa entre el salón y el armario del pasillo… y al deshacer la maleta cada cosa tenía su sitio. La ropa, el portátil, los libros… deshice la bolsa en un pis pas y entonces me di cuenta: mi hogar ya no estaba en un lugar, en casa de mis padres, sino allá donde yo llevase mis cosas, donde tuviese mi sitio. En cada uno de mis pisos compartidos.
Y así he seguido hasta hoy, llevando mi hogar de lugar en lugar, valiéndome sola, teniendo cuanto pueda necesitar. Mis libros, mis fotos… cuántas cosas dan forma a mi hogar!

Pero de repente, sin avisar, algo ha vuelto a cambiar. Unos días a tu lado, viviendo el día a día, compartiendo todo sin pensarlo, y al volver a mi casa, me falta algo. Hago mis tareas cotidianas, me toca currar mañana, y pienso… que me gustaría levantarme a tu lado. Mi hogar ha cambiado. No está en un lugar, ni en todas las cosas que pueda acarrear, está en las personas, en aquellos a quien decido amar. Por eso te digo, sin dudar: desde hoy y hasta la eternidad, vayas donde vayas, en ti estará mi hogar.



He llegado a mi hogar

Se olvidan todos los problemas,
vuelvo a ser la niña que era,
cuando siento tus brazos
rodeando mi cadera.

Vamos cosiendo los retazos,
lo que fue y lo que nos espera,
construyendo a nuestra manera
una vida entera.

Si me siento perdido
busco dónde estás,
y encuentro mi camino
en la luz de tu mirar.

No importa país o ciudad,
cuando te quedas dormido
y te escucho respirar...
sé que he llegado a mi hogar.