El remolino

El baño había acabado hace un rato, pero habían dejado a los patitos en el agua mientras el niño salía chorreando. Mamá Pato los juntó a todos:
- Vamos niños, detrás mío, que no se pierda ninguno.

Seis patitos amarillos fueron acercándose y uno detrás de otro comenzaron a seguir a Mamá pato por la bañera. Subían y bajaban las pequeñas olas meneando la colita.
- ¡Cua, cua, cua!

Un patito se había quedado solo al otro extremo, no había oído a Mamá Pato porque estaba demasiado ocupado jugando con las gotitas que caían del grifo mal cerrado. Cuando veía que una gota iba a desprenderse, saltaba y la cogía con el pico, a la siguiente gota le daba un coletazo, luego se ponía panza arriba e intentaba darle con sus pies palmípedos.
-¡Mamá, mira mamá! ¡Mira lo que puedo hacer!

Mamá Pato nadó hasta él y cogiéndole con el pico lo puso detrás suyo.
- Vaaaamos Pipo, ven con todos tus hermanos.
Pipo se puso en la fila y nadó y cantó con todos.
- ¡Cua, cua, cua!

Vinieron entonces a quitar el tapón y se formó el remolino del desagüe. ¡A Pipo le encantaba el remolino, era lo más divertido del baño! Se podían hacer muchísimas cosas con él y a Pipo le gustaba inventarse nuevos juegos, aprender los caminos del agua, oponer resistencia y luego dejarse llevar… ¡era genial!

Así es que disimulando, se salió de la fila y fue nadando a todo correr hasta el remolino. Se puso encima y la corriente le hizo girar sobre sí mismo. Salió riéndose y quiso enseñárselo a todos:
- ¡Mamá, mira mamá! ¡Mira lo que puedo hacer!

Y sin esperar más se lanzó de cabeza al remolino y comenzó a girar boca abajo. Solo sobresalían sus patas y su colita amarilla que giraban como locas por encima del agua. Cuando se cansó, salió empapado y riendo medio mareado y todos sus hermanos se abalanzaron sobre el remolino queriendo probar. Mamá Pato se quedó sola mirando a Pipo con el ceño fruncido.
- Mira lo que has conseguido, ¡ahora todos tus hermanos han roto la fila!

Pipo se sintió triste. Sabía que Mamá Pato estaba disgustada por su culpa. Cuando volvieron a la caja de juguetes todos en fila, Pipo iba el último mirándose las puntas de los pies y no cantaba con sus hermanos.
- ¡Cua, cua, cua!

Papá Pato los vio llegar uno detrás de otro y se dio cuenta de que Pipo no estaba tan feliz como siempre. Así es que esa noche fue a hablar con él.
- Qué te pasa Pipo, ¿por qué estás triste?
- Mamá se ha enfadado conmigo y creo que ya no me quiere.
- Oh, así que es eso… ¿y por qué crees que ya no te quiere?
- Porque no le he obedecido, me he ido a jugar en lugar de formar la fila.
- Bueno, supongo que se habrá disgustado, pero estoy seguro de que no ha dejado de quererte. Mamá Pato te quiere, aunque hagas cosas mal, porque eres su hijo.
- ¿Me quiere aunque me porte mal? ¿Aunque haya hecho que todos los demás rompan la fila?
- Sí. Te quiere por ser tú. Hagas lo que hagas nunca dejará de quererte.

Pipo se sintió un poco mejor, era un alivio saberlo. Pero entonces... pensó que eso tampoco le gustaba.
- Pero Papá… yo no quiero que me quiera porque sí, por ser su hijo. Yo quiero que me quiera por ser bueno, porque se me ocurren muchos juegos, porque tengo ideas divertidas, porque mis plumas son muy amarillas, porque ayudo a mis hermanos, porque puedo bucear mucho rato... ¡Quiero que me quiera por cómo soy!

Papá Pato se le quedó mirando un rato y finalmente le contestó:
- Mamá te quiere incondicionalmente, eso no va a cambiar, pero yo te quiero por cómo eres, porque eres inteligente, alegre y considerado, porque te esfuerzas por hacer bien las cosas y porque te haces un montón de preguntas.

Pipo sonrió, aquello estaba mejor, podía lograr el amor de Papá Pato si hacía todas las cosas que le gustaba hacer. Decidió que se esforzaría porque Papá Pato siguiese queriéndole.

- De todas formas – prosiguió Papá Pato – lo importante no es que los demás te quieran por cómo eres, lo importante es que tú te quieras, que a ti te guste cómo eres, que estés orgulloso de ti mismo y seas feliz con ello, y que te esfuerces por ser mejor.
- ¡Yo ya me esfuerzo por ser mejor para que tú me quieras!
- Ya, pero no debes esforzarte para que alguien te quiera, nadie debe decirte cómo debes ser. Ni siquiera yo. Debes esforzarte para ser como tú quieras ser, para aprender y mejorar y sentirte feliz contigo mismo. Y nunca… aunque te echen la bronca, debes dejar de hacer aquellas cosas que realmente te hacen sentir bien.

Pipo se quedó un rato callado, Papá Pato le había dado muchas cosas nuevas en las que pensar.
- Entonces… seguiré buscando nuevas formas de jugar con el remolino.

Juguetes libres

El Caballero seguía enfundado en la armadura, luciendo su yelmo con penacho. Era el campeón de mil torneos y debía estar orgulloso. Le acompañaba el Bufón con su traje de cascabeles que no dejaban de tintinear.

El Aviador en cambio había abandonado su avioneta, sus gafas estaban por el suelo y con el buzo verde desabrochado intentaba hacer entrar en razón a sus amigos:
- Sois de otra época, sé que vuestro Rey y vuestro Dios os obligaron a hacer muchas cosas, pero debéis comprender. Hoy en día nos hemos liberado de los mandamientos de la iglesia y del férreo control de los gobernantes. No hay dictadores que nos obliguen a actuar de una determinada manera. ¡Somos libres! No estamos obligados a obedecer, ¡podemos hacer lo que queramos!

El Bufón sonrió:
- Y tú, ¿qué es lo que piensas hacer con esa libertad?
- ¿Yo? ¡de todo! – se emocionó el Aviador – Aún soy joven, buscaré un buen trabajo, como debe ser, me esforzaré mucho y ascenderé, haré que mi padre se sienta orgulloso. Además ganaré dinero suficiente para comprar la mansión de Barbie. Seguro que entonces ella se enamorará de mi y podré tener una gran familia, como mi madre siempre quiso para mi. Tendré éxito y cuando me miren, todos mis amigos pensarán que soy afortunado y querrán estar en mi lugar.

El Bufón frunció el ceño ladeando la cabeza:
- ¿No piensas volar más?
- No, no pienso seguir en el ejército, ¿no me has oído? ¡Somos libres!
- ¿Me puedo quedar entonces con tu avión?
- Todo tuyo – dijo el Aviador, contento de desprenderse de ese símbolo de su época bajo las órdenes de generales y coroneles.

Mientras se enfundaba las gafas y subía al asiento delantero, el Bufón volvió a dirigirse al Aviador:
- Me has dicho lo que quiere tu padre para ti, lo que quiere tu madre, e incluso tus amigos, pero… ¿qué es lo que TÚ quieres?

El Aviador se quedó parado. Siempre había dado por supuesto que lo que sus padres y amigos esperaban de él, era lo mejor y por tanto lo que él debía de querer, lo que tenía que esforzarse por conseguir. Nunca se había parado a preguntarse qué es lo que realmente quería, y ahora tampoco lo hizo.
- Eh…. pues… yo...
Todas las miradas estaban fijas en él. El Aviador comenzó a sentirse incómodo.
- Yo quiero… todo eso que te he dicho. ¿Qué voy a querer si no? ¡Vaya tontería!

- Ya veo... ¿Y tú Barbie? – preguntó el Bufón encendiendo el motor de la avioneta - ¿Qué es lo que quieres… lo que realmente quieres?

Barbie salió del coche, donde había estado escuchando toda la conversación.
- Yo… siempre he querido viajar, conocer el mundo, ir más allá del cuarto de juguetes, sentir el viento sobre mi cara, cortarme el pelo, quitarme los tacones, respirar, dejar de una vez los coches modernos y las mansiones... y vivir un día aquí y otro allá.

El Bufón le tendió la mano:
-Esta noche actúo en el escenario del desván y mañana… ya veremos. Tal vez vaya a una juguetería de segunda mano, o a una guardería… o quizás pase un tiempo de desván en desván… ¿quieres venir conmigo?

Los ojos de Barbie se abrieron como platos y una sonrisa iluminó su cara. Sin pensárselo dos veces se quitó los tacones y trepó al asiento trasero de la avioneta.

Antes de marchar, el Bufón se dirigió de nuevo al Aviador alzando la voz por encima del ruido de la hélice delantera:
- Y tú amigo, piensa una cosa: ¿de qué te sirve ser libre para hacer lo que quieras… si no sabes qué quieres hacer?

Mientras veía alejarse su antigua avioneta, algo se rompió dentro del Aviador, y este sintió que la libertad era un peso demasiado grande para él.

El Caballero, enfundado en su armadura, había observado toda la escena y solo ahora abrió la boca:
- Dices que eres libre porque no tienes Dioses ni Reyes que te manden como a mí… pero tu amo está dentro de ti mismo. El sentido común, el qué dirán, lo que los demás piensan que debes hacer… esos son amos mucho más peligrosos que cualquier rey, porque te hacen actuar y pensar de una forma, creyendo que es por elección propia y ni siquiera te dejan pararte a pensar si realmente es eso lo que quieres.

Yo tengo un rey de carne y hueso, al que puedo clavar mi espada si no me gusta lo que me obliga a hacer. Pero tú…. ¿cómo puedes enfrentarte a un rey que no tiene cuerpo, a un amo que forma parte de ti?

Una lágrima cayó por la mejilla del Aviador cuando contestó:
- No lo sé.

Ítaca

Cuando salgas de viaje para Ítaca,
desea que el camino sea largo,
colmado de aventuras, de experiencias colmado.
A los lestrigones y a los cíclopes,
al irascible Posidón no temas,
pues nunca encuentros tales tendrás en tu camino,
si tu pensamiento se mantiene alto, si una exquisita
emoción te toca cuerpo y alma.
A los lestrigones y a los cíclopes,
al fiero Posidón no encontrarás,
a no ser que los lleves ya en tu alma,
a no ser que tu alma los ponga en pie ante ti.

Desea que el camino sea largo.
Que sean muchas las mañanas estivales
en que -¡y con qué alegre placer!-
entres en puertos que ves por vez primera.
Detente en los mercados fenicios
para adquirir sus bellas mercancías,
madreperlas y nácares, ébanos y ámbares,
y voluptuosos perfumes de todas las clases,
todos los voluptuosos perfumes que te sean posibles.
Y vete a muchas ciudades de Egipto
y aprende, aprende de los sabios.

Mantén siempre a Ítaca en tu mente.
Llegar allí es tu destino.
Pero no tengas la menor prisa en tu viaje.
Es mejor que dure muchos años
y que viejo al fin arribes a la isla,
rico por todas las ganancias de tu viaje,
sin esperar que Ítaca te va a ofrecer riquezas.

Ítaca te ha dado un viaje hermoso.
Sin ella no te habrías puesto en marcha.
Pero no tiene ya más que ofrecerte.

Aunque la encuentres pobre, Ítaca de ti no se ha burlado.
Convertido en tan sabio, y con tanta experiencia,
ya habrás comprendido el significado de las Ítacas.

(Poema de Konstantinos Kavafis)

Civilización empática




¿seremos capaces algún día de sentirnos uno con el resto de la humanidad, con todos los seres vivos, con nuestro planeta... o incluso con el universo entero?

Buscame allá donde nunca he ido

Búscame en las calles, donde sopla con fuerza el viento, donde no pueda escuchar mis propias dudas cuando me miento, donde el ruido de la gente que empuja y gritando me roza, me impida pensar y me haga capaz de creerme cualquier cosa.

Búscame en las ciudades, sin tiempo, viviendo inmersa en un cuento que mientras ando me invento y no tiene argumento, tan solo el que yo le doy desde dentro.

Búscame en este cuento sin principio ni final, porque en él me sumerjo para poder olvidar. Y me dejo llevar por la gente que viene y que va, tan solo por no parar. Porque si me detengo y miro dentro de mí mismo, se abre el abismo y caigo sin remedio, ya no me encuentro.

Por eso búscame en el bullicio, donde no quede resquicio. Búscame en la luna, donde no haya luz alguna, porque el sol brilla demasiado y derrumba una a una las defensas que he inventado, dejándome desnuda.

Búscame en la tormenta, entre truenos retumbando, donde pueda gritar tanto que se rompan mis oídos sin que nadie esté escuchando, y quedar así vacío.

Buscame allá donde nunca he ido.

Nulla aesthetica sine ethica



Supongo que me había equivocado

Pretendía envejecer a tu lado,
crecer los dos de la mano
y ser mejores que por separado.
Pensé que también sentías lo mismo,
pero me has abandonado
al comienzo del camino.
Supongo… que me había equivocado.

Si no tengo amor no soy nada

Te extraño en cada fibra de mi ser,
tu ausencia borra el mundo sin piedad,
juntos fuimos perfectos y aún no sé
por qué esto no se puede superar.

Jamás encontré un alma tan afín,
jamás confié como lo hice en ti,
prometí que nada te iba a ocultar,
creí que todo se arregla al hablar.

Pero tu silencio me hizo callar
y aún no sé cómo se te olvidó
que el amor no lleva cuentas del mal,
que está en la alegría y en el pesar,
que juntos somos mucho más que dos,
que el amor todo lo puede curar.

Dolor

Cuando intentas sonreír y tus labios no aciertan.
Cuando sientes escocer en tus ojos las lágrimas que acechan,
y te cuesta un mundo no dejarlas escapar.
Cuando la voz te tiembla y no puedes ni hablar.
Cuando el mundo te parece estrecho.
Cuando sientes una insoportable presión en el pecho
y no sabes si es que de tantas cosas que guardas dentro
tu alma va a estallar…
o si por el contrario es el vacío que sientes
el que te impide respirar.
Cuando te auto convences y te mientes
para poder caminar.
Cuando te da miedo asomarte al abismo de tus pensamientos
porque sabes de antemano lo que vas a hallar.
Cuando crece en tu interior un alarido
imposible de acallar.
Cuando estas herido
y lo intentas ocultar.
Cuando sientes detenerse el corazón
y lo encierras bajo un caparazón
para que nadie lo pueda tocar.
Cuando tus lágrimas hayan secado el mar.
Cuando hayas perdido por completo la razón,
entonces sabrás qué es el dolor.


Mortalidad

La mortalidad es la maldición y la bendición de ser humanos.

Sabemos que nuestra vida tiene fecha de caducidad, y deseamos que no sea así, sin embargo, es precisamente esta consciencia del vacío que se acerca inexorablemente lo que da sentido a nuestra existencia como individuos y convierte la vida en un bien tan preciado.

El miedo a la muerte nos impulsa a aprovechar la vida, a esforzarnos por conocer, experimentar, sentir, ir más allá… nos hace disfrutar del tiempo que tenemos con una intensidad mayor, puesto que sabemos que es finito.

Un inmortal no entendería la pasión, sentimiento y empeño que ponemos en cada uno de nuestros actos, puesto que tendría toda la eternidad para sentir y experimentar aquello para lo que nosotros solo disponemos de unos instantes.

Tal vez podría considerarse la inmortalidad como un don, la posibilidad de vivir infinitud de experiencias, de sentir incontables pasiones… tal vez. Pero sin duda, el carecer de ese horizonte nebuloso, de ese final imposible de eludir, sería también una maldición puesto que la vida perdería gran parte de su intensidad y belleza.